Por Nicolás Lovaisa

Esos “grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino y tratan de intimidar a la población”. El “aluvión zoológico”. Los “miles y miles que no ven ni escuchan, que se arremolinan para descontrolarse, apretujándose unos con otros”. Ese Messi “extraordinario" pero “vulgar” que “nunca había sido descortés ni irrespetuoso, esos rasgos que tantas veces en la Argentina parecen imprescindibles para trepar a la idolatría” y “ese perfil maradoneano que tantos años se le reclamó y tan mal habla del pedido”.

Hay más de 77 años entre la primera y la última de esta pequeña selección de frases de los medios de comunicación más importantes del país. Frases que se refieren a hechos distintos, disímiles, imposibles de comparar, pero que aún así tienen un denominador común: el desprecio por cualquier expresión popular, sin importar si se trata de una reacción política, un recital de rock o la alegría por un partido de fútbol.

La primera corresponde al diario Crítica y es, obviamente, del 17 de octubre de 1945. Así, mientras Raúl Scalabrini Ortiz hablaba de “el subsuelo de la patria sublevado”, de esas “enormes columnas de obreros que acudían directamente desde sus fábricas y talleres”, de “rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites” que “llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe”, un diputado de la Unión Cívica Radical lo calificó de “aluvión zoológico”.

Esa aversión por la reacción genuina de un pueblo que reclamaba la liberación de un político que, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, les había concedido derechos, puede resumirse en una frase: “La policía actuó hoy mansamente”. Es decir, la queja, el lamento de que no haya existido ese día una represión para frenar a trabajadores y trabajadoras que se sentían reivindicados por acciones concretas como el estatuto del Peón Rural, los tribunales de Trabajo, el aguinaldo, las vacaciones, la indemnización por despido, la jubilación para empleados de comercio y las negociaciones colectivas.

Hay algo sobre lo que Bárbara Pistoia escribió en este portal: ese racismo que incorporamos en nuestro país incluso desde obras literarias incuestionables como el Martín Fierro, que canta "a los blancos hizo Dios, / a los mulatos San Pedro, / a los negros hizo el diablo / para tizón del infierno". Allí presenta al hombre negro "como un hombre bruto, embravecido y sin sentido del humor". Y agrega que en Argentina "están los que asocian negros con peronismo, y en ese negros se configura cierto salvajismo, cuando no vagancia, para motorizar estigmas sobre lo popular".

Ese encono con el peronismo, esa deshumanización del peronista, no se quedó en palabras: hubo un bombardeo a civiles en Plaza de Mayo del que, no inocentemente, durante décadas no hubo mención en las cátedras de historia de las escuelas públicas; la profanación y el secuestro del cadáver de Evita; el fusilamiento de obreros en basurales; la proscripción del partido, sus ideas, sus símbolos y de la sola mención de Juan Domingo Perón. Lo que vino después es más conocido. Y ese odio se mantiene hoy en los principales referentes de la oposición, que sostienen que el problema del país nació hace "70 años": es decir, que la solución es que el peronismo deje de existir. Borrar esa anomalía, para que al fin la civilización le gane a la barbarie. La omisión de las dictaduras y sus consecuencias en esas siete décadas tampoco es casual.

Los ojos del periodismo

Si bien es imposible negar que esa representación que del peronismo hacen los medios de comunicación más importantes está vinculada a intereses políticos y económicos, a qué país quieren, hay también otros factores. Y uno de ellos está directamente relacionado a quiénes somos: ¿de dónde venimos la mayoría de los que hacemos periodismo? ¿de familias obreras, de barrios populares, de villas? ¿o de familias de clase media, media alta? ¿con qué ojos miramos determinados fenómenos sociales? ¿nos sentimos trabajadores, parte de un colectivo?

La forma de abordar la problemática de la inseguridad puede funcionar como una respuesta a la mayoría de esas preguntas. En la ciudad de Santa Fe se cometen cerca de 90 homicidios al año. El 75% de ellos ocurren en los barrios más humildes: ése es un dato inobjetable, indiscutible. Sin embargo, la cobertura periodística es desigual: no es lo mismo cuando matan a un pibe en los distritos suroeste o noroeste que cuando matan a un pibe en el centro. Cuando los asesinatos salen de su "lugar natural", cuando esa violencia irrumpe geográficamente donde no es habitual, hay otra reacción: más notas, más preocupación por saber cómo avanza la causa judicial, hay entrevistas a los familiares de la víctima. Pero cuando ocurren donde "es natural", no hay una profundización sobre el hecho, porque "está fuertemente presente la idea de que se matan entre ellos y que por lo tanto no es necesaria ninguna intervención estatal", como escribió Eugenia Cozzi en "De clanes, juntas y broncas".

Esa manera de abordar la realidad desde la clase social a la que pertenecemos (o lo que es peor, a la que queremos pertenecer, siendo "los perros que cuidan la mansión pero duermen afuera", como escribió Cooke) se traslada a otros fenómenos. Cuando ocurrió la tragedia de Olavarría, en la que dos hombres murieron en el recital del Indio Solari, el diario más importante del país cuestionó a esos "miles y miles que no ven ni escuchan, que se arremolinan para descontrolarse". Llegaron a hablar de "sobrevivientes de Olavarría", como si se tratara de una guerra. Hablaron de más de 20 muertes. En esa desesperación por las noticias que llegaban desde Olavarría, una madre salió desde Berazategui a buscar a sus hijos, con quienes no podía comunicarse. Sufrió un accidente en la ruta 3 y murió. No hubo ninguna autocrítica al respecto. Determinados medios parecen tener "la licencia para envenarnos", con "chimangos que no tienen piedad y sí el poder de mentir por los satélites".

Más allá de las responsabilidades por lo ocurrido en Olavarría (donde Solari fue desligado y hay una causa judicial entre los productores del espectáculo y familiares de las víctimas) es interesante analizar la imagen que construyen del público, de “los ricoteros”, también asociados a lo “salvaje”, lo que se debe “reprimir”. En 1997, antes de tocar en Olavarría, la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires realizó un informe: cuestionaban a la banda por “una actitud combativa a todo lo que se pudiera llegar a identificar con el sistema” ya sea "en lo político, comercial o la televisión a la cual se han negado sistemáticamente a aparecer". Y sobre sus seguidores: “creen que se puede vivir de manera distinta a la que vende la televisión”. Es decir: no validar lo que muestra la “Divina TV Führer”. El informe se había armado en base a “dossiers de distintos artículos publicados en medios de comunicación”.

¿Con qué autoridad moral un periodista, o quien sea, puede cuestionar que 300.000 personas están dispuestas a caminar kilómetros y sufrir incomodidades varias para escuchar dos horas de música? En la única conferencia de prensa de la historia de la banda, tras la suspensión de esos dos recitales en Olavarría, el Indio dijo: “Cuando se prohíbe una manifestación de este tipo, no sólo se me está prohibiendo a mí cantar, o a los chicos tocar. Se les está prohibiendo a aquellos que por algún motivo que les es propio, quieren escuchar esto, quieren conmoverse con esto, quieren estar vinculados a esto, disfrutarlo”. Esa estigmatización del público redondo se mantiene aún hoy: el jueves, el Movistar Arena dispuso por primera y única vez en su historia una serie de vallas de contención en los accesos. ¿Quién tocaba? Skay Beilinson, mítico guitarrista de los Redondos, con siete discos sobre su espalda como solista tras la separación.

También cabe preguntarse algo: ¿cuándo los medios de comunicación más importantes del país empezaron a cuestionar y atacar al Indio Solari? No hay que ser muy inteligente para notarlo, y una rápida búsqueda en Google lo deja en claro: cuando empezó a hacer públicas sus simpatías políticas por el peronismo. En 2013, en Mendoza, mientras TN transmitía en vivo el momento previo al pogo de “Ji Ji Ji”, el cantante cambió el “1,2,3” por “6,7,8”, en clara alusión al programa de la TV Pública. Con el correr de los años, fue aún más claro: mostró su conexión con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y también -y con mayor énfasis- por Eva Perón. Es decir: no hubo un cambio ni en sus letras, ni en su convocatoria, ni en sus apariciones públicas, ni en su éxito, ni en su lugar de residencia, que pudiera explicar el ataque de determinados medios hacia su figura. Sus declaraciones públicas, lejos del tono críptico de sus letras, explican mejor esa reacción.

Que no se vuelva Maradona

Lo que ocurrió con Lionel Messi en los últimos días va en el mismo sentido: su gestos ante Holanda desilusionaron a quienes temen “el perfil maradoneano que tantos años se le reclamó y tan mal habla del pedido”. Se descontextualiza su reacción, ignorando las provocaciones de Van Gaal previas al partido, de Van Dijk y Weghorst tras el empate, y de Noppert en la definición por penales (provocaciones absolutamente normales, que deben ser entendidas en el contexto de un partido tan importante, al igual que la de los argentinos). Y ahí, otra vez la necesidad de ese sector del periodismo de mostrarnos como los “salvajes”, los “incultos”. Ese “jugador extraordinario que no pudo contener al hombre vulgar”, ese hombre vulgar que no puede escapar de su argentinidad y, más puntualmente, que parece acercarse a Maradona, el ejemplo que no debe seguir.

La agresividad de esos medios hacia Diego también creció a partir de sus críticas a algunos sectores, pero sobre todo de su reivindicación del peronismo, y de haberse atrevido a gritarle “no” al presidente de los Estados Unidos en 2005, junto a Néstor Kirchner,  entre otros. Por eso, mejor marcarle los límites a Messi: que sea el mejor, sí, pero calladito. Que muestre su talento, sí, pero en la cancha. Pero que no se rebele: no vaya a ser cosa que diga cosas que no debe decir, que piense cosas que no debe pensar, que haga cosas que no debe hacer.

Tras ese partido, hubo muchos medios argentinos que publicaron lo que medios de distintos lugares del mundo decían de los argentinos como “malos ganadores”. “Para esta gente la opinión que importa sobre lo nuestro es la del periódico extranjero. Lo que diga Financial News, el Times, o el New Yor Herald y hasta Pravda, si es desfavorable”, escribió Arturo Jauretche sobre ellos, bastante antes. A algunos de esos periodistas se los ve también compartiendo memes absurdos del estilo “un país que le exige más a un futbolista que a un político está condenado a la mediocridad” o “el día que un médico, un profesor o un bombero ganen más que un futbolista creceremos como Nación”. Como si en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, China, Italia o España, Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Lorenzo Insigne, Óscar, Zlatan Ibrahimovic y Karim Benzema ganaran menos que un bombero.

A esos medios, y a algunos periodistas, lo que les molesta, lo que los asusta, es cualquier expresión popular. Y si bien sabemos que ninguna expresión artística, ningún triunfo futbolero va a cambiar la realidad de nadie, ni va a lograr que nadie viva mejor, quizás por un rato sí. Si uno lo cree, sí, como dijo Dolina. Que como hay mucho vino malicioso y poco vino del mejor, cuando toca, hay que disfrutarlo. Que hay tipos que nacieron para hacer felices a millones de personas. Y que no nos tienen que importar aquellos que se alborotan por nuestros placeres.