Lautaro es el cuidacoches de la calle Rivadavia, en la cuadra ubicada entre Tucumán y Primera Junta. Un personaje querido y respetado por los vecinos del barrio.

Es hincha de Colón, rápido para los chistes y un pibe sensible. 

Cada 7 de octubre (la fecha de su cumpleaños), días del amigo, navidades y años nuevos, una multitud se dirige a la parada para llevarle regalos, comida y ropa. 

Pasó un tercio de su vida trabajando, lavando autos, limpiando vidrios, vendiendo bolsas y comida. Vivió siete años en la calle; sus manos lo demuestran. Su mirada también.

Mientras se toma un rato para charlar con Santa Fe Plus, la gente pasa y lo saluda, le toca bocina y él les devuelve un chiste ingenioso. 

Nació en Santa Fe y a los tres años se fue a vivir con su mamá y sus dos hermanos, Jonatan y Aldana, a la ciudad de Reconquista, en el norte de la provincia. 

Su madre enfermó de cáncer cuando era muy chico y la tuvieron que internar de urgencia en el Hospital Iturraspe. Con un padre ausente y siendo el mayor de los tres hermanos, se puso la familia al hombro.

“Me quedé solo a los diez años. No te voy a mentir, a veces salía a hacer macanas, pero no por gusto, fue la única manera que encontré de sobrevivir” , expresa.

Habla seguro, con total sinceridad y crudeza. Relata que terminó en un refugio, en donde lo maltrataban. 

Un jueves a la tarde, con 11 años y lo puesto, escapó del hogar y se dirigió hacia la ruta. Recuerda que ese día pensó: no quiero morir acá.  No tenía muchas posibilidades en ese lugar y en el barrio la bronca no tardó en llegar: a su madre por enferma, a su hermano por tener una discapacidad, a él por no meterse en ninguna, a todos, por pobres. 

Lautaro levantó el pulgar para hacer dedo, cuenta que le copió a su tío. Era la primera vez que viajaba solo. Al rato, un camionero lo levantó y le preguntó hacia dónde se dirigía, él le respondió sin dudar: “Santa Fe”. 

Su hermano quedó a cargo de su abuela, su hermana fue adoptada por una familia y su madre, después de mucho tiempo, logró recuperarse.

Desde esa noche hasta los 18 años vivió en la calle. “Me crie entre Rivadavia, Primera Junta y Alem, ese fue mi mundo”, cuenta. “Mi casa fue Seguros Rivadavia”.

Apenas llegó a la ciudad se hizo amigo de cuatro chicos que también se encontraban en situación de calle, Ariel, Lucas, Arielcito y Gastón. “Fueron como mi familia”, manifiesta. “La calle es nuestra casa y el cielo es nuestro techo, esa era nuestra frase. Siempre había una estrella que nos cuidaba todos los días”.

Dormían por turnos, para protegerse entre ellos. Pasaron momentos extremos y difíciles. “Es doloroso no tener abrigo, pasar hambre, no tener cariño, sentirse solo. Mucha gente te discrimina y te maltrata por lo que estás viviendo”, afirma. 

Una noche estaba acostado y sintió como si una gran lluvia cayera sobre su cuerpo. Cuando despertó se dio cuenta que estaban intentando prenderlo fuego. 

“La calle es dura pero te enseña”, dice. Por segunda vez en la vida, supo que no iba a morir allí. Después de dos días de buscar desesperadamente un sitio para alquilar, consiguió una pieza en el barrio Santa Rosa de Lima, en la casa de una señora que le brindó un lugar. Hace seis años que duerme bajo techo. 

Los vecinos de la calle Rivadavia le ayudaron a conseguir lo que le faltaba para mudarse solo.  “Para el barrio, soy un laburante de toda la vida", dice. 

Se ganó el cariño y la confianza de la cuadra. “Tengo muchos amigos, gente que me aprecia. En las últimas fiestas no me hizo falta comprar nada, me regalaron tantas cosas, yo me conformo con el amor de la gente, para mi es un montón”. 

Lautaro se hace querer. Tiene los ojos claros, y habla como si tuviera muchos más años de los que tiene.   

Trabaja desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Cuida los vehículos de quienes lo dejan en la cuadra, los lava, le hace mandados a las personas mayores, los acompaña, vende bolsas y limpia vidrios. “Con eso compro para comer y después me visto como puedo. Vivo de la propina de la gente, lo que quieran o puedan colaborar, no tengo un sueldo por mes”, explica. 

“Soy cuidacoches y limpiavidrios de toda la vida. Mucha gente debe pensar que no está bien, pero fue la forma que encontré de sobrevivir", aclara.

“Donde voy me llevo el limpiavidrios, si ando en algún lugar y no tengo para comer, lo saco. Hablo con la gente, con sinceridad. Les digo, necesito ganarme un peso, ¿puedo limpiar el vidrio o  hacer algo útil que a vos te sirva y a mi también?, porque esa es la idea", desliza. 

“Cuando vienen personas nuevas a la cuadra, muchas veces me miran y se asustan, pero la gente que me quiere me defiende", comenta.

"Soy quien soy gracias a lo que viví y no me quejo, lo único que deseo es progresar y conseguir un trabajo mejor, darle para adelante. Estoy agradecido de la vida, a veces es muy dura, pero no hay que bajar los brazos." 

Lautaro se emociona, se prepara para la foto, y sonríe. “Dale morocha, que con esta la pegamos”, bromea. Nos despedimos.

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