Por Cintia Mignone

La ley de matrimonio igualitario tiene más de doce años; la de identidad de género diez. Con esta tradición y pese a ser modelo de ampliación de derechos para todo el mundo _España el más reciente_ escuchamos en las últimas semanas a un funcionario público disociar a las lesbianas de las mujeres y asistimos a una ola de discursos lesbofóbicos en ocasión de las condenas por el asesinato de Lucio Dupuy.

Este último hecho fue el disparador para que el auditor general de la Nación Miguel Ángel Pichetto cuestionara a la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad Ayelén Mazzina. Es conocido que la ministra es lesbiana y por coincidir con la orientación sexual de las condenadas por el crimen de Lucio, Pichetto sacó a pasear su conservadurismo para reclamar un repudio institucional ante el homicidio: “(El Ministerio) está en manos de una chica que es lesbiana. Creo en la libertad individual, en el derecho a la felicidad, voté todas las leyes de la igualdad, pero si es el Ministerio de la Mujer podrían haber puesto a una mujer”, disparó.

La médica, sexóloga y militante lesbofeminista María del Carmen Mangold aseguró a Santa Fe Plus que “Pichetto marca con tanto odio su lesbofobia porque ese es un lugar al que nosotras ni nos tendríamos que atrever a ocupar, nosotras nos tendríamos que quedar encerradas entre cuatro paredes y seguir siendo lo que históricamente nos han exigido, dos amigas que vivimos juntas, lo que fuera, menos, mucho menos nombrarnos como lesbianas como identidad política, no lesbianas como orientación sexual”. En el centro del problema, según Mangold, está el silencio. “Hay un denominador común importante que es el silencio cómplice, un silencio que todas las lesbianas tenemos desde el momento que nos asumimos como lesbianas, un silencio que en mi generación tenía que ver con una sobrevivencia social, con una supervivencia, con una adaptación social, es un silencio que lo toma como herramienta la lesbofobia social y como adoctrinamiento también”.

Lo cierto es que la orientación existe desde antes que la propia palabra. Ahí estaba Safo en la isla de Lesbos más de 600 años antes de la era cristiana. El término lesbianismo, sinónimo de “homosexualidad femenina”, comenzó a aparecer en la literatura médica hacia la segunda década del siglo XX: un tipo de locura, una enfermedad neurológica, una condición no permanente que se curaba después del casamiento.

La palabra ya circulaba pero el flamante diario El Orden ignoró su existencia y publicó una breve pieza periodística en agosto de 1928 donde describe a dos mujeres que eran, al parecer, un espectáculo en las calles de la ciudad.

“La pareja desigual” (1928) | El Orden
“La pareja desigual” (1928) | El Orden

“De la fauna social” es la sección en la que el matutino decide hablar de “La pareja desigual”. Se trata de una crónica que hoy llamaríamos de color y que en apenas cinco párrafos condensa los prejuicios de los años 20 del siglo XX, algunos de los cuales continúan vigentes más de 90 años después.

“Constituyen dos raros ejemplares femeninos”, arranca el artículo. Entre ellas había un “fenómeno de afinidad” que las hacía compañeras perfectas e inseparables pese a ser físicamente antinómicas: una enorme, ancha, “rica de pulpas hasta sobrarle peso como para distribuir y regalar”. La otra pequeña, de contextura “defectuosa” por faltarle lo que excede a su amiga. “Verdaderos modelos de curiosidad humana”.

La pareja dispar, dice el periodista, se exhibía diariamente por las calles santafesinas como si encontraran “una particular complacencia, un deleite secreto en hacerlo, provocando la atención y a menudo el comentario humorístico de quienes las ven pasear sus desgarbadas y nada comunes estampas, cuya singularidad ridícula se acentúa por el contraste”.

Tal vez, arriesga el articulista, en esa excentricidad se fundaba su compañerismo. Atención con el cierre del comentario: “Es la única manera, el único recurso que les queda, como mujeres, para atraer las miradas de los hombres, que aunque de simple curiosidad, han de darles la ilusión de las miradas codiciosas del sexo fuerte, ay, nunca recibidas”.

El silencio, insiste Mangold, “es una herramienta que sigue estando y sigue apuntalando la lesbofobia y también está remarcando los estereotipos de cómo debe ser una lesbiana”

Aunque el diario El Orden en 1928 no encontraba, no buscaba, no conocía o no quería usar palabras para nombrarlas, al menos las consideraba mujeres.