"El verdadero trabajo de las nuevas derechas se asienta sobre terreno legal y con los datos que les brindamos diariamente a las máquinas", advierte la periodista y docente universitaria Mariana Moyano, autora del libro Trolls SA, sobre los nuevos discursos a los que se enfrentan las actuales democracias.

Desde su visión, el peronismo y la centroizquierda están acostumbrados "a escribir y hablar largo", y se ubican ante el desafío de "tranquilizarse" para poder conectar con una sociedad que "está cansada de que les griten".

También critica cierta comodidad profesional donde "Twitter pasó a ser como un enviado especial": "Si la agenda de tu medio es Twitter, primero decilo, segundo asumilo y tercero date cuenta", polemiza.

Sin embargo, plantea que la solución no es "irse de los medios, pero sí dar otros pasos". "No les puedo dar la razón a los pibes de 25 años que me dicen conservadora ni ser el meme de Gustavo López preguntando quién es Ibai Llanos; si quiero estar a tono, necesito saber cómo es el modo de mirar actual", detalla y pone como ejemplo su reconversión digital luego de que se le cerraran "todas las puertas" durante el macrismo.

—Parece claro que determinados sectores utilizan muy bien sus redes sociales, en comparación al peronismo o a la centroizquierda: ¿puede estar vinculado a que los sectores conservadores o de derecha posicionan sus discursos sobre capas de sentido común ya instalado?

—Sí. Y agregaría el tema de que cada momento político, así como le corresponde determinado modo de producción, incluye además un modo de comunicación. Y en el peronismo y en los sectores de izquierda se utiliza mucho la prensa escrita y radial. Somos de hablar y de escribir más largo, en términos muy generales.

De todas maneras, no quiero quedar con una postura conformista respecto a que 'el sentido común es de derecha'. También es verdad que, desde el 2012/13, empezó a surgir una derecha diferente, más audaz y que rompe incluso con algunos de esos sentidos comunes. Por ejemplo, y es algo que sucede a nivel global, llaman 'privilegios' a ciertos derechos adquiridos. O dicen: 'esto es conservador', y terminan ubicando en un mismo lugar la no distribución de la riqueza, el aguinaldo, las vacaciones y el Conicet.

Es decir que ponen en tela de juicio aquello que logró instalarse como derechos adquiridos de los trabajadores. Y sucede porque son sectores que crecen desde abajo. El neoliberalismo se organizaba desde arriba, pero Vox o los seguidores de Trump y Boris Johnson se han organizado desde abajo. Debe tenerse en cuenta porque abre una nueva pregunta.

—Ante esa situacion y algunas disparidades que pueden observarse (como el caso de Cambridge Analytica en muchas campañas), ¿cómo se hace para enfrentar a las corporaciones con un alto nivel de impacto en la vida cotidiana? Estamos hablando de que cada vez más personas, incluso las más formadas, se comen títulos sensacionalistas como el de por qué Mayra Mendoza manda a su hijo a aprender inglés.

—El caso de Cambridge Analytica lo pensé un montón, y llegué a la conclusión de que entregaron un alfil con tal de que no se discutiera el fondo del problema. Porque al final del camino, lo de Cambridge Analytica es nada...

—Me refería a la polarización: a que Facebook sabe que polariza y lo alimenta.

—Pero ahí aparece una habilidad que no tiene que ver con las corporaciones, sino con el conocimiento de las plataformas. Es lo que intento aprender y lo que ellos saben hacer: el aprovechamiento de las plataformas, la utilización de su conocimiento. Porque además surge otra cuestión que va más allá de poner a una organización como Cambridge Analytica a chupar información. Eso es lo ilegal. Pero el verdadero trabajo de las nuevas derechas está ligado a lo legal, con los datos que a diario le brindamos voluntariamente a la máquina. Esa parte es la que saben trabajar.

En cambio, de este lado estamos muy atravesados por las lógicas de pensamiento de los '60: el psicoanálisis, el marxismo sartreano, la bibliografía del CEAL... es decir que somos de pensar todo en términos culturales. A punto tal de que por momentos dejamos de lado lo biológico. Pero las plataformas pararon la pelota y reconstruyeron justamente ese mecanismo. Lo hicieron a través del estudio de las neurociencias, que les permitió construir el algoritmo a imagen de nuestro cerebro. Por eso somos tan adictos a las redes sociales, porque va directo a lo que no es cultura. Y por eso nuestra época es tan diferente.

Así fue como los grandes medios de comunicación cambiaron su lógica. Pasaron de dar la discusión en términos culturales, a hacerlo en términos biológicos, que son muy peligrosos porque los shots de dopamina vienen de las redes sociales y no de la tele. Las derechas operan sobre este nuevo lenguaje.

Tengo 52 años y me queda mucho más cómoda la lógica anterior. Pero si quiero estar a tono, necesito saber cómo es el modo de mirar actual. Mi hija de 11 años es mi gurú en ese sentido. Me permitió hablar de Tik-Tok por primera vez en Argentina cuando todos se me reían. Y claro, el nuevo escenario mediático es el del hogar: la desprolijidad, el poco maquillaje (a lo sumo un filtro de Instagram). El modo de mirar es en zoom, una estética nueva que nadie está mirando.

—Esta nueva forma de mirar, ¿qué tipo de práctica periodística requiere?

—Hacia 2012/13 los medios más importantes del mundo empujaron a sus periodistas a abrir las redes personales y utilizarlas para informar, pero también para compartir cuestiones de interés general. Entonces me plantee cómo jugar ese partido. Y pensé en la necesidad de construirme tres o cuatro perfiles: ¿Qué más soy aparte de una mina que hace periodismo político? Bueno, soy termo de River, me apasiona y estudio temas relacionado al whisky, me gustan las series... entonces me construí un perfil al que le meto mucho combustible. No solamente ganas, sino también trabajo.

Hoy, con mi podcast de whisky, tengo un canal de diálogo que no tiene nada que ver con lo político. Son personas con las que no pienso igual, pero con las que me junto, converso, humanizo... ese me parece que es el gran trabajo del periodista, sin tanto ego.

—Sin embargo podría decirse que tuviste un papel central, como periodista, en la discusión en torno a la salida de Martín Guzmán

—Si pero ahí sucedió que el caballo se desbocó y el podcast sirvió para soltar la rienda. Mi mérito no fue hacer un podcast sobre el tema sino haber tenido, durante un año, la oreja donde había que ponerla: en el hartazgo. Había un hinchadero de bolas que se percibía, se venía venir. El mérito fue encontrar la oportunidad de publicarlo. La prueba es que, cuando fueron las elecciones el año pasado, entre las Paso y las generales, hice un episodio que se llamó 'Es el hartazgo, estúpido'. Mi teoría era que el problema no solo era de guita, porque con Cristina las cosas andaban bien y sin embargo se perdió.

Insisto, lo de Guzmán era un caballo que venía desbocado y el mérito fue trabajar, medio de casualidad, junto a Martín Rodríguez, que es un hermano de la vida para mí. Justo escribió un artículo para DiarioAr, yo le comenté lo del podcast y salimos juntos. Pero lo vengo pensando desde hace años. Otro mérito fue el tono del podcast. Estoy convencida de que estamos hartos de que nos griten. Quiero conversar, y es algo que se puede hacer. Y lo celebro, porque hacía falta.

—Hablemos sobre los cambios en los medios de comunicación, porque muchos periodistas se están yendo de las redacciones hartos de la precarización: ¿es un fenómeno inédito o sucedió en otros momentos?

—Es nuevo. Cuando asume Macri, que se me cerraron las puertas laborales en Argentina, me inventé un formato digital para no convertirme en una viuda. Ahí empecé despacito y en febrero de 2016 que me metí de lleno en el mundo digital. Cuando ví lo que había, me di cuenta de que no me sacaban más. Es otro vínculo: fogón digital, comunidad, diálogo por abajo, conversar con otras generaciones... tecnológicamente, a duras penas sé prender el teléfono, pero es un mundo donde hay un montón de cosas. Obviamente sin perder la mirada crítica.

—Pero es dificl vivir del periodismo, más que nunca...

—No sé. Puede ser. Lo que sucede va más allá de la guita. Las propuestas hoy, por lo general, son sepia y huelen a naftalina. No hay que irse de los medios, pero sí dar otros pasos. No les puedo dar la razón a los pibes de 25 años que me dicen conservadora. Debemos meterle aire fresco a la comunicación periodística, porque no podemos ser el meme de Gustavo López preguntando quién es Ibai Llanos. No me gusta Arjona, pero si llena 15 Luna Park, hay que ir a ver qué sucede.

Hoy tenemos programas y canales enteros de comunicación armados sobre la base de tres tuits del día. Si la agenda de tu medio es Twitter, primero decilo, segundo asumilo y tercero date cuenta. A mí me obsesionó la Primavera Árabe, que fue como se llamó a la presentación en la política del Iphone y Twitter. Luego Snowden develó que, en los cables de la CIA y la NCA, se elaboraban los discursos en torno a este tema que luego se reproducían en Twitter. De modo que no era nada inocente, ni fue una primavera. Pero lo cierto es que desde entonces el twitt pasó a ser como un enviado especial.

En paralelo, noté que se estaba cometiendo un error de comunicación enorme que era que el gobierno seguía discutiendo comunicacionalmente con Lanata, es decir con la lógica del cuchillo, y no se prestaba atención a que se venía una forma de oposición o de gobierno vinculada al ruido. Los medios atacan con cuchillo, o a veces con piedra pómez (te van limando). En este caso, la discusión que se venía era contra el ruido, que está relacionado a eso de 'no sé de que se habla, solo que se grita'.

Pero es necesario pensar otra cosa, que a veces no tiene que ver con la temática sino con el modo de conversación: hablemos de otros temas. Por ejemplo, en Caba, uno de los grandes conflictos de los últimos tiempos fue la discusión entre taxistas y Uber. Pero los medios no fueron capaces de tomar los UberLeaks. ¿Sabes por qué? Porque muchas veces ni siquiera se lee.