Por Mariano Yakimavicius

Lula alcanzó una ajustada victoria el 30 de octubre con el 50,9 por ciento de los votos frente al 49,1 de su adversario, Jair Bolsonaro. El desafío de vencer al actual presidente se logró -con lo justo- en virtud de la confluencia de tres factores. El primero es la capitalización del fuerte rechazo que Bolsonaro se ganó en buena parte de la sociedad brasileña. El segundo es la capitalización de la nostalgia de los dos gobiernos consecutivos de Lula entre 2003 y 2011, años en los cuales alrededor de 34 millones de personas consiguieron dejar atrás la pobreza. El tercero es la habilidad del propio Lula para construir una confluencia de fuerzas políticas al reconciliar distintas vertientes progresistas y al captar a una parte importante del centro político. Pero tras la euforia del triunfo, se esconden enormes desafíos.

Economía remolona y deterioro social

Lula enfrentará un contexto global caracterizado por alta inflación, traccionada por los aumentos de los precios de los recursos energéticos y de los alimentos. En el plano local, las proyecciones para 2023 son de un mínimo nivel de crecimiento. Además, la nueva conformación del Congreso, bajo el predominio de partidos políticos de derecha a los cuales Bolsonaro intentará reunir en torno a su figura, amenazan con convertir la sanción de cada ley en una batalla.

La recesión agudizada por la pandemia de Covid-19 hizo que Brasil registrara tasas de inflación, intereses y desempleo que alcanzaron los dos dígitos. Pero en el último tiempo algunos indicadores de la economía mostraron síntomas de recuperación. En los últimos meses, las expectativas de los mercados financieros respecto del crecimiento del Producto Interno Bruto, mejoraron. La proyección de crecimiento anual para 2022, que en julio estaba por debajo del 1,6 por ciento, subió a 2,76 por ciento, según el Banco Central de Brasil.

Sin embargo, las proyecciones para 2023 son menos alentadoras. La expansión económica, esencial para generar nuevos empleos, se ubicaría cerca del 0,6 por ciento. En definitiva, el pronóstico de crecimiento económico para el año próximo se encuentra por debajo del de otros países de la región y, aunque se espera que la inflación cederá -la interanual en mayo era del 12,2 y disminuyó en octubre al 6,85 por ciento-, difícilmente lo haga de acuerdo a las metas que se ha propuesto el país. El costo de la vida ascendió este año hasta el 12 por ciento en abril, la mayor alza desde octubre de 2003.

Por otra parte, el desempleo es otro factor que tuvo un máximo histórico durante la pandemia y comenzó a caer recientemente. Se registró un 8,7 por ciento en septiembre y se espera que la creación de trabajos formales, especialmente para jóvenes y mujeres, sea una prioridad para el equipo del presidente electo y para el Congreso Nacional.

Por otra parte, la persistencia de las demandas sociales y los altos niveles de criminalidad podrían dificultar la gestión. Recuérdese que en Brasil son más de 33 millones las personas que no alcanzan a satisfacer sus necesidades diarias de alimentación según la Red Brasileña de Investigación sobre

Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional

Es por este motivo que, en su primer discurso tras la victoria en las urnas, Lula afirmó que una de sus mayores prioridades es que brasileños y brasileñas puedan comer tres veces al día. A eso se agrega que la brecha de género en la inseguridad alimentaria en 2021 fue seis veces mayor en Brasil que el promedio mundial, cuando el país estaba lidiando con las secuelas de la pandemia.

Las ayudas sociales entregadas por el actual gobierno contribuyeron a contener y hasta disminuir los índices de pobreza, pero si llegaran a interrumpirse, el indicador volvería a subir. Puede preverse que Lula tenderá a mantenerlas, pero la compleja situación fiscal seguramente lo pondrá frente al dilema de la “frazada corta”.

Deserción educativa y salud precaria

La pandemia agravó la crisis de la educación. Una encuesta realizada en agosto para Unicef reveló que dos millones de niñas, niños y adolescentes de entre 11 y 19 años que aún no habían completado la educación básica, abandonaron la escuela en Brasil. Esa cifra representa casi un 11por ciento del total.

El cuadro se agudiza en los sectores más vulnerables, donde el 17 por ciento abandonó las aulas. La situación fue calificada por expertos en la materia como una “bomba” social y económica. Una juventud sin preparación tendrá menores oportunidades de empleo de calidad en un contexto donde conseguirlo ya tiene sus dificultades.

Respecto de la salud, la pandemia creó nuevos problemas y agravó otros ya existentes, especialmente en la atención primaria. Se agregan la baja cobertura de vacunación en la población brasileña y la alta mortalidad materna. Todo esto en un contexto en el cual el negacionismo del gobierno de Bolsonaro respecto del Covid-19 convirtió al país en el quinto en cantidad de contagios pero el segundo con más muertes (más de 688 mil).

Ambiente caldeado

Para lograr llevar adelante su ambiciosa agenda, que contempla el control y la reducción de la deforestación en la Amazonia, Lula tendrá que mejorar la aplicación de las leyes de protección al ambiente, enfrentar a un Congreso hostil y negociar con gobernadores que tienen vínculos estrechos con Bolsonaro. La tarea será inmensa. El área deforestada en la Amazonia brasileña alcanzó su mayor nivel en 15 años entre agosto de 2020 y julio de 2021, según datos oficiales. El monitoreo vía satélite muestra que al terminar 2022 se superaría al año previo.

El principal desafío será reconstruir agencias de protección al ambiente y la oficina brasileña de protección a los indígenas. Lula también prometió crear un ministerio de asuntos indígenas encabezado por un indígena.

Durante el gobierno de Bolsonaro, dichas agencias han sido dirigidas por personas cercanas al sector de la agroindustria, que presionaron para que se legalizara el despojo de tierras y se opusieron a la creación de áreas protegidas. Legisladores vinculados al sector agroindustrial controlarán aproximadamente la mitad del nuevo Congreso. En años recientes, esa bancada impulsó iniciativas para relajar las leyes de protección ambiental. A nivel estatal, seis de los nueve gobernadores de la Amazonia son aliados de Bolsonaro, la mayoría de ellos fuertemente vinculados
con la agroindustria.

En este tema en particular, Lula encontrará aliados internacionales dispuestos a apoyarlo.

Política exterior en un mundo enfrentado

Lula deberá encontrar una manera de relanzar el liderazgo de Brasil desde la plataforma sudamericana en un contexto muy distinto al existente cuando dejó la presidencia hace 12 años. Aquel era un mundo con aspiraciones multipolares. Actualmente, el conflicto entre Rusia y Ucrania aceleró la apuesta estadounidense por un nuevo bipolarismo que le permita evitar ceder poder ante China. En este contexto ¿Qué hará el Brasil de Lula? Como potencia emergente debería responder a sus aliados estratégicos en el marco de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), bloque al que Argentina puja por sumarse. Pero ese proceder podría enfrentarlo con los Estados Unidos, con quien comparte continente.

Desde el 1° de enero próximo podrá observarse si Lula conserva esa formidable cintura política que lo llevó a convertirse en uno de los líderes globales más reconocidos, y si es capaz de superar la coyuntura para acercar posiciones entre las grandes potencias. Pero la política local amenaza con no darle respiro y someterlo a una presión mucho mayor a la que tuvo en sus anteriores mandatos.

¿Qué esperar entonces del tercer gobierno de Lula? A priori algo distinto a los otros dos. Pero sólo el tiempo dirá si el hombre está a la altura de las complejas y cambiantes circunstancias.