* Por Ignacio Martínez Kerz

Este domingo, las argentinas y los argentinos estaremos votando en, probablemente, la elección más trascendente y decisiva desde la vuelta de la democracia. Y no se trata de una consideración altisonante típica de estos casos, de esas que suelen preceder a las jornadas electorales.

En esta ocasión, vamos a votar en un momento crucial de nuestra historia, en el que nos encontramos precisamente en el lugar donde se bifurca el camino. Estamos en la ruta, con el auto regulando, a punto de definir si vamos en una u otra dirección. Y casi sin posibilidad de vuelta atrás.

Esta caracterización del dilema que tenemos el domingo no se asienta sólo en los contornos pre democráticos de Javier Milei y sus dirigentes más cercanos. No es solamente porque prometió, ratificó e insistió durante todo el proceso electoral en propuestas destructivas de todo el edificio social e institucional que construyó por décadas, con sus más y menos, la República Argentina. Una de ellas, por ejemplo, el exterminio de la coparticipación federal de impuestos, a la cual comparó con un violador de mujeres, un sistema sin el cual el gobierno provincial o los municipios y comunas no podrían siquiera pagar los sueldos de sus trabajadores, incluidos docentes, policías y médicos.

No se trata sólo de oponerse a Milei y su proyecto de país incendiado. Es también la posibilidad concreta de transformar a la Argentina, en relativo poco tiempo, en esa Patria que estábamos esperando. Es más que una consigna proselitista: es la síntesis de una propuesta colectiva que nos devuelva la tranquilidad que venimos demandando a los gritos.

Ni más ni menos que eso. Massa es la posibilidad de reconquistar el derecho a vivir tranquilos. Con una moneda estable a través de la multiplicación y diversificación de exportaciones, una mirada desarrollo que ya está encaminada y que en breves meses mostrará sus frutos. Con mejor distribución de las riquezas, no para que los empresarios ganen menos sino para que los trabajadores ganen más. Con inclusión social pero no con la lógica de los planes, sino con el criterio de empleos de calidad generados por un sector privado dinámico articulado con un Estado eficaz y amable. Con seguridad, a partir de un gobierno nacional y un presidente que asuman de una vez y para siempre el combate contra la violencia criminal.

En definitiva, que nuestros deseos y exigencias de cambio no se transformen en un cataclismo sino en una bendición. Que todos y todas podamos tener un trabajo que nos permita vivir sin urgencias. Que salgamos a la calle sin miedo y disfrutemos del espacio público. Que paguemos el alquiler sin sufrir y que la casa propia no sea una fantasía. Que no haya que endeudarse para mandar los chicos a la escuela o a la universidad. Que no sea necesario el rezo para no enfermarse por no acceder económicamente al sistema de salud. Que tengamos la chance de darnos algún gustito: un viaje, una pilcha, una salida nocturna a un bar o un restaurant. Que el ritual familiar de las pastas o el asado dominguero no sea prohibitivo. Y que todo esto y más, se mantenga y consolide durante años, durante décadas.

Esta módica pero ansiada revolución está en nuestras manos. El domingo votamos a Sergio Massa para que se haga realidad.