No es ninguna novedad que el sistema político argentino está sumergido en una aguda crisis de representación desde hace más de dos décadas, maquillada por la irrupción del kirchnerismo, que se evidencia en una sintomatología clásica: el aluvión de outsiders, cuya popularidad proviene de rubros externos, en las candidaturas más visibles.

Este fenómeno parecería agudizarse en la provincia de Santa Fe, con una notable preeminencia de figuras de la televisión. Un rápido repaso sirve para verificar la afirmación precedente. Los dos postulantes más votados en 2021, con chances de repetir en la carrera por la gobernación de este año, llegaron a la política desde la TV: Carolina Losada y Marcelo Lewandowski. Las cuatro listas de concejales que concentraron mayor nivel de adhesión en Rosario fueron encabezadas por gente de la tele: Ciro Seisas, Lisandro Cavatorta, Anita Martínez y el histórico periodista deportivo Miguel Tessandori. El intendente de la ciudad capital es Emilio Jatón, ex conductor del noticiero de Telefé.

Se podrá decir, con razón, que no es una novedad. El viejo Notitrece fue una cantera notable: Enrique Muttis, Eduardo González Riaño, Marta Fassino, Juan Carlos Bettanin, además del propio Jatón. Todo esto, además, sin contar la ola de deportistas famosos ocurrida especialmente en la década del ’90, con Carlos Reutemann como uno de sus máximos exponentes.

No obstante, esta situación hoy adquiere otras singularidades. Javier Milei, el economista con más segundos de televisión y gran presencia en redes sociales, asoma como resultado de la experiencia fallida de los últimos dos gobiernos, uno y otro inscriptos en las grandes coaliciones del país, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Caracterizarlos como fracaso no es una exageración, al menos considerando las principales demandas sociales que los llevaron a la cima del poder político.

¿Es entonces esa frustración popular, sumada al ascenso irresistible de contenidos audiovisuales más la crisis de representación estructural, lo que explica el fenómeno? Suena certero. Pero no lo es todo. Como ya se dijo, la provincia de Santa Fe tiene sus especificidades. Porque además de las figuras de la televisión, en las listas brotan como hongos músicos, humoristas y hasta interlocutores de extraterrestres.

Una de las razones se puede encontrar en un mecanismo que tuvo amplia difusión en los últimos días: la boleta única. Es un sistema que se caracteriza por fragmentar la oferta electoral en las distintas categorías, quitando así el efecto arrastre. Ello obliga a poner candidatos atractivos en cada tramo y diluye la idea de un proyecto político global, al estilo de los partidos tradicionales. Al bajar el peso de la fiscalización mesa por mesa, también se reduce el peso de la organización colectiva. Simplemente se necesita poner a alguien conocido al frente de la propuesta para hacerla competitiva.

Este tipo de votación fue sistemáticamente endiosado por un variopinto abanico político y social, incluidas unas cuántas ONGs autoerigidas en expendedoras de certificados de buena conducta republicana. A cambio de unos pesos, claro, o dólares en la medida de lo posible.

De esta manera, la boleta única se transformó en sinónimo de transparencia, modernidad y primermundismo frente a la vetusta, oscura y engorrosa boleta tradicional. A su vez, ese juego de contradicciones ponía en este último casillero al peronismo, en particular el bonaerense, siempre acusado -de pico- de ejecutar fraudes electorales a través de su tenebrosa red clientelar de punteros y matones, oxigenada con dineros sustraídos del bolsillo de los contribuyentes.

Que la verdad no impida una buena nota, diría Chiche Gelblung, en un concepto aplicable con variantes en este caso. Con el viejo sistema ganaron Alfonsín en el 83’, De la Rúa en 1999 y Mauricio Macri en 2015. En la provincia de Buenos triunfaron Alejandro Armendáriz en el reinicio de la democracia, Graciela Fernández Meijide (¡!) en 1997 y María Eugenia Vidal hace 8 años, por mencionar sólo algunos ejemplos gráficos. El primer gobernador socialista del país se consagró con el dispositivo tradicional: Hermes Binner.

Si alguien tenía alguna duda de la endeblez de esa creación publicitaria, la semana pasada debería haber quedado definitivamente despejada. La pelea brutal desatada dentro del PRO y Juntos por el Cambio tras la decisión de Horacio Rodríguez Larreta de imponer la boleta única electrónica para la elección de cargos locales en CABA expuso lo que no se escucha en las dulces melodías republicanas: no hay sistema electoral que sea neutro.

Sirva como advertencia para cuando se renueve la ofensiva por instalar este mecanismo a escala nacional, quizás a fin de este año, cuando cambie la composición legislativa. Si ya la agenda política está inundada por un porteñocentrismo asfixiante, la boleta única no haría otra cosa que profundizar esa tendencia. Y los temas de discusión sobre el país extra AMBA quedarían reducidos aún más a las balaceras narcos en Rosario, el gas y el petróleo de Vaca Muerte y la maldad intrínseca de Gildo Insfrán, ese curioso dictador que se somete periódicamente a elecciones en las que arrasa.

Una opción que habría que explorar podría ser gambetear, por una vez, la tilinguería política y evitar, aunque más no sea por esta ocasión, la acumulación de acciones contrarias a los intereses propios. ¿Cómo no se nos ocurrió?