Por Mariano Yakimavicius

Desde la perspectiva de la política internacional, 2022 fue un año activo y sorpresivo. Con la
expectativa puesta en la salida del aislamiento producto de la pandemia de Covid-19 y la posibilidad de la reactivación económica, las previsiones eran al comienzo razonablemente optimistas. Era muy difícil prever que habría una disrupción que complicaría todo. La invasión de Rusia sobre Ucrania causó conmoción en todo el mundo y confirmó los más arraigados temores europeos. La política exterior expansionista de Rusia puso de inmediato en evidencia la fragilidad de la arquitectura de seguridad europea. Pero más allá de la amenaza militar, el Viejo Continente padece el doble temor de la falta de energía y el encarecimiento de los alimentos.

Pero sería un error circunscribir el conflicto entre Rusia y Ucrania al plano estrictamente europeo. Porque profundizó y dejó al descubierto la crisis en el sistema político global. Hasta el momento Rusia no pudo obtener lo que quería en Ucrania y el enorme apoyo militar de Occidente provocó tanto la prolongación de la guerra como la profundización de la polarización, que encuentra de un lado a un bloque de países liderado por los Estados Unidos y, del otro, uno liderado por China. En esa puja, los estadounidenses parecen haber sustraído a Europa de la influencia China, y empuja cada vez más a Rusia a los brazos del Gigante Asiático.

Precisamente, la tensión de fondo existente por la hegemonía global entre los Estados Unidos y China se vio manifestada más directamente tanto por la guerra comercial que se hizo visible durante el gobierno de Donald Trump y que continúa, como por algunas tensiones focalizadas, como la existente en torno a Taiwán durante la segunda mitad de 2022 y que -previsiblemente- también seguirá en 2023. Tras las ambiciones de ambas potencias sobre la pequeña isla se esconde la pretensión de dominio sobre el Mar de China Meridional y el control sobre la región del Indo-Pacífico, que concentra un tercio del comercio global. Como las superpotencias que son, China y los Estados Unidos se muestran -y seguirán haciéndolo- garras y dientes.

Las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania y de la pugna entre China y los Estados Unidos profundizó la crisis económica derivada de la pandemia, que se manifestó principalmente a través de la crisis energética y la crisis alimentaria, sin solución en lo inmediato.

Puja por el poder y polarización

El tema más convocante en 2023 será entonces el de los avatares en torno a la guerra entre Rusia y Ucrania. El escenario bélico no evolucionó tal como los estrategas rusos planearon, la resistencia ucraniana fue feroz, contó y contará con un importante apoyo occidental, las fuerzas ucranianas lograron contraatacar y todo parece indicar que la guerra recrudecerá con más fuerza en la primavera europea.

El aumento de ayuda armamentística por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) podrá mejorar la situación militar ucraniana, pero la situación de la población en su conjunto es cada vez peor, al ritmo de la destrucción de la infraestructura, especialmente en el área energética. Por su parte, es improbable pensar en una derrota definitiva de Rusia, aunque el país podría quedar tan acorralado, que algunos analistas señalan que podría convertirse en una versión magnificada de Corea del Norte, es decir, un país capaz de chantajear brutalmente al resto del mundo a cambio de mantener guardadas sus ojivas nucleares.

A priori, es prácticamente imposible pensar un final de conflicto con una de las partes que asuma algo tan concreto como “la derrota”. La dos salidas alternativas son la aniquilación total del adversario, lo cual implicaría una conflagración nuclear con alcances globales, o una salida a través de la alta diplomacia, que permita a ambas partes evitar presentarse públicamente como perdedoras.

2023 también será un año importante en términos de competencia energética. La rivalidad ya
mencionada entre China y los Estados Unidos también se manifestará en este ámbito y, si bien nadie espera que la rivalidad derive en un enfrentamiento militar, si puede pensarse en una intensificación de la competencia en los ámbitos económico, tecnológico y geopolítico. Económicamente, el retroceso en la economía global impone a los dos países a seguir políticas más agresivas. En el terreno tecnológico, también se intensificará la competencia.

Recesión global

Las consecuencias de la guerra de Ucrania en la energía, las persistentes disrupciones en la cadena mundial de suministros, así como las políticas monetarias adoptadas frente a una inflación creciente condujeron a presagios pesimistas para el futuro económico de 2023. Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) se afirma que 2022 concluye con un crecimiento económico global de alrededor del 3,2 por ciento. Pero las proyecciones para 2023 caen al 2,7 por ciento, las más bajas desde 2001 (con excepción de 2020 debido al impacto de la pandemia). El Banco Central Europeo (BCE) alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento.

Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia.

Las medidas monetarias del BCE para frenar la inflación se mantendrán en el futuro inmediato y se espera que la Reserva Federal estadounidense por su parte, continuará aumentando las tasas de interés durante 2023. Esas medidas conducirán más temprano que tarde a un enfriamiento de la economía global y a la recesión.

Además, el riesgo de que una crisis de deuda se amplíe en las economías emergentes durante 2023 está aumentando. Según The Economist, 53 países emergentes están al borde de no poder hacer frente a los pagos de sus deudas debido al aumento de precios y a la desaceleración de la economía mundial.

También será relevante observar las políticas económicas de los nuevos gobiernos de la izquierda latinoamericana, que se verán obligados a respetar una política austera que pondrá en riesgo sus promesas de mejora social o, por el contrario, los forzará a incrementar el gasto público.

El impacto del arrastre de años de crisis económica primero por la pandemia, luego por la inflación y próximamente frente a un escenario de recesión, recae en el empeoramiento de las condiciones de vida de los hogares, lo que se traduce en un aumento del malestar social y las protestas como expresión de descontento. En 2022, más de 90 países registraron movilizaciones por la falta del acceso a bienes y servicios públicos.

El incremento de la protesta social pacífica ha tendido en el último tiempo a coincidir con la normalización de la violencia como herramienta política, tanto por parte de los aparatos de represión de los Estados como entre sectores de la sociedad especialmente reaccionarios, como pudo advertirse en la extendida violencia en Brasil durante la campaña electoral y tras la victoria de Luiz Inacio Lula da Silva, o en las estrategias de distintos grupos de extrema derecha en Europa. El relator especial de Naciones Unidas para el derecho de asamblea y asociación pacífica, Clément Voule, denunció la tendencia global hacia un enfoque militarista de la gestión de la protesta pacífica, a través de la militarización de la respuesta y la persecución de los manifestantes.

Por último, se mantiene una preocupante asociación entre democracia y fracaso económico en amplios sectores de la población mundial. Como en los regímenes autoritarios la protesta social puede ser reprimida sin demasiados miramientos -aunque ya difícilmente pueda ocultarse- puede reproducirse la fantasía de que en ellos se puede “vivir mejor”.

También resulta preocupante la tergiversación deliberada que en muchos sistemas políticos se practica mediante la mimetización entre “democracia” y “regla de la mayoría”. La primera es un tipo de sistema político, la segunda es solamente un instrumento de selección de gobernantes que puede ser necesaria pero en ningún caso es suficiente para que exista la democracia. Guerra, polarización política global, crisis económica sostenida en el tiempo, aumento de la protesta social, tergiversación de medios con fines. Puede concluirse fácilmente que 2023 se presenta como un año difícil.