Por Mariano Yakimavicius

Desde el gobierno de Barack Obama, la prensa estadounidense hacía referencia a un obstruccionismo parlamentario “sin precedentes”. La maquinaria política burocrática en general y la parlamentaria en particular, se volvió aparatosa, complicada, exasperante. En ese contexto, en 2017 Donald Trump llegó a la presidencia y las cosas se pusieron aún más difíciles. Se convirtió en el único presidente de la historia del país sometido a dos procesos de juicio político o “impeachment”.

Se fue del poder a regañadientes: sembró dudas acerca del funcionamiento del sistema electoral, nunca reconoció la victoria de Joe Biden y propició la turba que finalmente atacó el Capitolio, causando heridos y muertos.

Trump alentó el recalentamiento del sistema político democrático para conservar una cuota de poder que lo convirtiera en un actor “indispensable” tras su salida del poder. En alguna medida lo logró, porque influyó en las elecciones del pasado martes, con el objetivo de lanzar su candidatura presidencial el 15 de noviembre. Pero las elecciones del pasado martes mostraron un panorama mucho más difícil que el esperado porque el anunciado triunfo arrasador del Partido Republicano de Donald Trump, finalmente no se produjo.

Resultado abierto

Días después de las elecciones, todavía no puede determinarse cómo quedarán conformadas las dos cámaras del Congreso. En las elecciones para gobernador -36 Estados renovaban su Poder Ejecutivo- el Partido Demócrata realizó una buena elección y sumó dos Estados más a los que ya gobernaba. En definitiva, pese a que en las elecciones legislativas a la oposición republicana le fue mejor que al oficialismo demócrata, la anunciada “ola roja” (en referencia al color que caracteriza al Partido Republicano), nunca llegó.

A los demócratas les fue mejor de lo que se esperaba y es posible que conserven el control del Senado, aunque habrá que esperar hasta el 6 de diciembre, cuando se realizará la segunda vuelta electoral en el Estado de Georgia.

Pero cabe preguntarse ¿cómo quedará conformado el Congreso de cara a los dos últimos años del mandato de Joe Biden, teniendo en mente las elecciones presidenciales de 2024? Pese a que los demócratas han ganado algunos distritos reñidos, los republicanos se encaminan a obtener la mayoría en la Cámara de Representantes. Falta definir qué tan grande será esa mayoría, porque si fuera estrecha, tendrán que desplegar habilidades tácticas y estratégicas para mantener unido al partido en las votaciones más importantes. En el Congreso de los Estados Unidos no se define todo en virtud del bipartidismo. Las diferencias entre conservadores y liberales por un lado, y entre norte y sur por otro, atraviesan a los dos partidos.

De cualquier manera, los republicanos estarán en condiciones de frenar la agenda legislativa del gobierno y de iniciar investigaciones para escrutar el gobierno de Biden. Desde donde se lo mire, eso constituye una fortaleza para los republicanos.

En el Senado, la situación de empate virtual se definirá a partir de lo que suceda en Georgia el 6 de diciembre. En caso de que gane el candidato republicano, el partido se quedará con la mayoría. En caso de que ganen los demócratas, habrá empate, pero las votaciones las definiría la vicepresidenta Kamala Harris, tal como sucedió durante los dos últimos años.

¿Se aproxima el ocaso político de Trump?

El gobernador del Estado de la Florida, el republicano Ron DeSantis, fue reelecto de manera contundente y ya se ha convertido en el rival de Donald Trump en su carrera para la presidencia en 2024. Hace cuatro años, Ron DeSantis alcanzó la gobernación de la Florida con una diferencia del uno por ciento sobre el demócrata Andrew Gillum. Tras cuatro años de liderazgo, este político calificado como conservador, pero que bien podría considerarse reaccionario, se involucró en temas culturales candentes como los derechos de las personas transgénero y la “teoría crítica de la raza”, atacó las restricciones de la pandemia de Covid-19 y se convirtió en un ícono popular para los medios masivos de comunicación conservadores. Eso le valió el respaldo de una población que se muestra cada vez más intolerante en la Florida, entre la cual el electorado latino no es la excepción.

DeSantis ganó la reelección por un cómodo margen y tal fue el tamaño de su victoria, que Trump le advirtió inmediatamente que ni se le ocurriera competir con él. La debilidad relativa en la que quedó el magnate tras estas elecciones puede medirse por el tamaño de sus amenazas.

Es interesante detenerse en uno de los métodos de los que se valió DeSantis para ganar. Rediseñó los límites de los distritos del Estado para favorecer a los candidatos republicanos, algo que también se hizo en otros Estados y que le valió a los republicanos la cantidad necesaria de legisladores para alcanzar el control de la Cámara de Representantes.

Donald Trump no fue candidato en estas elecciones, pero ya hay integrantes de su partido que calculan que su alta exposición pública en el último tramo de la campaña resultó desfavorable. Trump, su discurso y todo lo que representa, divide aguas a tal punto que electores independientes sin un voto definido, se habrían inclinado por los demócratas. Antes de las elecciones, Trump pronunció un breve discurso desde su casa en Mar-a-Lago y reclamó una abrumadora victoria para los candidatos que respaldaba. Justamente allí, en las contiendas de más alto perfil, en las que impuso a sus preferidos por encima de opciones republicanas convencionales, sus candidatos tuvieron problemas. Mehmet Oz perdió su carrera por el Senado en Pensilvania. Herschel Walker va a la segunda vuelta en Georgia. Blake Masters perdió en Arizona. Solo James David Vance en Ohio obtuvo una clara victoria, aunque por un margen más estrecho que el esperado.

En el partido ya comenzaron a cuestionar el olfato y las decisiones de Trump. Y si lanza su candidatura a la presidencia el 15 de noviembre como estaba previsto, será con desventaja.

Biden sobrevivió

El presidente tendrá dos años políticamente más difíciles por delante, pero no imposibles. De hecho, un día después de las elecciones expresó la posibilidad de presentarse a la reelección en 2024, aunque aclaró que no hará un anuncio oficial hasta comienzos del próximo año. También señaló que hará todo lo posible para garantizar que Trump no regrese a la Casa Blanca.

De alguna manera, condicionó su candidatura a la reelección a la decisión de Trump. Ambos
representan la polarización política e ideológica que atraviesa a la ciudadanía estadounidense y que parece ser común a buena parte de las democracias de todo el planeta. Si debieran competir nuevamente, Biden tendría ya 81 años y Trump 78.

La discordia empleada como estrategia electoral, el extremismo, las noticias falsas, las dudas construidas sobre el sistema electoral para deslegitimarlo, el desconocimiento de la victoria del opositor, la construcción del adversario como enemigo, conducen a un clima político cada vez más irrespirable en el cual deja de votarse por una opción para empeñarse en votar para evitar que otro gane. Las democracias del mundo, la mayoría de las cuales se referencian en la estadounidense, deberían advertir esto y tomar medidas en consecuencia.