El Movimiento Nacional Justicialista volvió a demostrar este domingo, con la gran elección de Sergio Massa, por qué es uno de los fenómenos políticos y sociales más formidables del planeta Tierra, en la enésima ostentación de resiliencia, capacidad de reinvención y vocación de poder. Cuando parece que ya no tiene más nada que ofrecer, que su ciclo de vida está agotado, que el final tantas veces pronosticado está a la vuelta de la esquina, cambia de piel y toca las fibras de una enorme franja de la población que, pese a todo, aún lo ve como el instrumento adecuado para canalizar sus demandas y esperanzas.

Ayudó el candidato, aunque los criterios preestablecidos indicaran lo contrario. ¿Cómo sería posible que fuera competitivo un postulante que es ministro de Economía con una inflación de tres dígitos? Pues bien, la notable profesionalidad, la ambición inagotable y la audacia sin límites de Massa lo hicieron realidad. Centralizó la campaña y jugó a fondo, como se disputa en las grandes ligas. Excelente lección, ya que estamos, para el peronismo santafesino.

Sus oponentes le ofrecieron una involuntaria colaboración de un tamaño con escasos precedentes históricos. Javier Milei, su fiereza y sus excéntricas propuestas, detonaron pánico y horror en vastos segmentos de la sociedad. El impactante desorden de su campaña, con múltiples voceros que se superaban diariamente en la promoción de iniciativas pavorosas, completaron el cuadro.

Patricia Bullrich, por su parte, patinó en prácticamente todas sus acciones proselitistas. La irrupción del libertario en las primarias le sacó el atractivo de su único eje: ser el vehículo más eficaz para exterminar al kirchnerismo. El anuncio, una semana antes de las elecciones, de que su rival interno Horacio Rodríguez Larreta sería el jefe de gabinete de su eventual gobierno, dio un indicio claro de lo que ocurriría este domingo. Con el diario del lunes, y si bien es contrafáctico, no es arriesgado suponer que el intendente porteño hubiese sido un mejor candidato en la competencia general.

Así las cosas, sólo faltaba que el peronismo pusiera a andar su maquinaria. Gobernadores, intendentes, sindicatos, movimientos sociales, punteros, referentes barriales y militantes silvestres salieron desde el lunes post PASO a comerse a la cancha, aún en condiciones extremadamente hostiles. El miedo no es zonzo.

Se abre ahora un capítulo completamente distinto. El ballotage supone una polarización absoluta, una cinchada entre sólo dos contendientes, la épica batalla final. Las estrategias en ambos lados están claras. Milei va por el voto antiperonista y antikirchnerista más virulento, el que encarnó aún en la derrota Bullrich. Massa buscará ofrecerse como el jefe de la gran familia de la Patria, que le llevará cuidado y protección a sus hijos frente a la amenaza de la motosierra.

Las segundas vueltas suelen ser parejas, se ganan o pierden por un puñado de puntos porcentuales. La incertidumbre, la expectativa, la tensión nos acompañarán hasta el 19 de noviembre. Quien sobreviva a este mes de infarto sabrá que será del destino de este país extraordinario.