La demoledora victoria de Javier Milei en prácticamente todo el país no sólo lo llevará a la Casa Rosada el 10 de diciembre sino que le otorga una legitimidad plena para aplicar a fondo su propuestas extremas de liberalismo económico y conservadurismo social.

Nadie puede darse por sorprendido ni engañado. El presidente electo no sólo saltó a la fama mediática por su histrionismo sino también por su cosmovisión en la cual el mercado atraviesa todos los planos. Ese programa ya fue consentido por una porción significativa de argentinos y argentinas hace dos años. Y ahora fue convalidado por casi 15 millones de votantes. Tiene el aval para hacer lo que dijo que va a hacer.

De hecho, ya lo está haciendo. Por si algún desprevenido pretendía lo contrario, casi como un acto de fe, un “elijo creer”, el león libertario ratificó en la noche del domingo que no había lugar para “tibiezas” ni “gradualismo” y que eran imprescindibles “medidas drásticas”. Todo lo cual supone un horizonte de ajuste con escasos precedentes en la historia argentina, al menos en la reciente. Advirtió, a la vez, que será “implacable” contra “los violentos” que salgan a protestar contra el guadañazo, frase que no exige mayores traducciones.

Al día siguiente, en diálogo con los medios, ratificó plenamente su proyecto dolarizador y estimó que en un año ya estará vigente. Anunció la privatización de los medios públicos y nada menos que YPF. Para que se entienda la magnitud de la decisión: Yacimientos Petrolíferos Fiscales es el corazón del desarrollo de Vaca Muerta, que pasó de ser la marmita con monedas de oro en el pie del arcoíris a una herramienta concreta para quebrar de una vez y para siempre la falta de dólares que históricamente asfixió a la economía del país.

Es lógico y hasta razonable que Milei intente llevar adelante la plataforma que puso a consideración de la ciudadanía. Sería una estafa electoral, de lo contrario. Otra vez: nadie puede decir que no le avisaron. No a través de la denominada “campaña del miedo” sino a través de lo expresado de manera pública una y mil ocasiones por el presidente electo.

Habrá que ver si el conjunto de la sociedad, y particularmente sus votantes, deciden aceptar mansamente las consecuencias del agresivo programa que ya está en ejecución. No ya las organizaciones sociales, sindicales, empresariales y hasta eclesiásticas, cuya representatividad quedó fulminada en el ballotage. Sino la gente de a pie, la que masivamente hizo presidente al león anarcocapitalista. 

En 1924, en un discurso por el centenario de la batalla de Ayacucho, el escritor Leopoldo Lugones celebró la emergencia del fascismo con un discurso siempre recordado: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”. Se verá en breve si la historia se repite como tragedia, como farsa o, por alguna extraña carambola del destino a la que la Argentina tiene por costumbre, como una oportunidad.