Los estruendos internos en el Frente de Todos y las ascendentes convulsiones económicas con reflejo letal en las góndolas corren en espejo y a una velocidad cada vez mayor, ante la mirada corva de una sociedad furiosa pero a la vez entregada a su suerte.

Hay una teoría bastante difundida que atribuye el descalabro económico a la metralla verbal que diariamente se dispara sobre Alberto Fernández desde las trincheras kirchneristas, ni que hablar si la que verbaliza el asedio es la propia Cristina. No como único factor, claro, pero sí como un aspecto determinante.

Esta idea es sostenida de manera cotidiana en medios y redes sociales. Si quienes esgrimen esta argumentación son funcionarios se hará bajo un formato que está en el ADN presidencial: el off the record. Si se trata de periodistas o pretendidos influencers políticos, la hipótesis estará acompañada de alguna ironía descalificatoria sobre Máximo Kirchner o La Cámpora. Cuando los portavoces son economistas, especialmente aquellos inscriptos en la línea desarrollista de la coalición gobernante, muy identificada con el malogrado Matías Kulfas, resaltarán la presunta insolvencia técnica de CFK, se burlarán de sus concepciones de la economía y caracterizarán la deriva argentina de los últimos años como “una década de estancamiento”, igualando así al último gobierno cristinista, el cuatrienio de Mauricio Macri y la estadía de Alberto en Olivos.

En este contexto, lo primero que se debería advertir es que, a diferencia de sus filosos críticos, Cristina Fernández de Kirchner ganó tres elecciones presidenciales, dos como cabeza de fórmula y una en segundo término por decisión propia, además de otros tantos comicios nacionales y provinciales. Por si alguien no se dio cuenta, son logros no tan fáciles de empatar. Se podrá decir con razón que es una obviedad, pero no parece ser tenido en cuenta a la hora de ciertos análisis peyorativos.

Su estatura política es, en consecuencia, un hecho verificable. Como también lo es el lapidario resultado de las elecciones legislativas de 2021. El peronismo y sus aliados fueron derrotados por 10 puntos nacionales y perdieron 4 millones de votos respecto de 2019. Hasta ese momento, CFK y su dirigencia más cercana sólo habían hecho tímidas observaciones públicas sobre la marcha de la economía, pese a que ese año cerró con una inflación superior al 50%, similar a la última de Mauricio Macri. La alerta más poderosa fue a finales de 2020, cuando habló de la necesidad de alinear salarios y jubilaciones con el precio de la comida y las tarifas de servicios públicos para que el crecimiento post pandemia no se lo lleven “cuatro vivos”. 

Más aún, tan tenues eran los ruidos políticos que nada impidió que el presidente imponga por los medios a una candidata de su sector, Victoria Tolosa Paz, como cabeza de la lista de unidad nada menos que en la provincia de Buenos Aires, el fuerte kirchnerista que explica casi el 40% del electorado nacional. También usó la lapicera para que la nómina en CABA sea liderada por un dirigente de su espacio, Leandro Santoro. E incluso impulsó -y luego desconoció- una interna en Santa Fe a través de Agustín Rossi.

Fue aquella portentosa caída electoral la que empujó la puja intestina hacia la superficie. Agravada, incluso, por el llamamiento inmediato de Alberto a realizar PASO en todas las categorías en 2023, desconociendo así el peso mayoritario de la ex presidenta en la coalición, y el fallido intento de fingir demencia sobre la expresión popular en las urnas para no tocar el gabinete. Fue en ese clima que Cristina publicó su primera carta bomba y se produjo la catarata de renuncias K al gabinete, finalmente no aceptadas.

No faltan quienes pretenden que CFK debería haber permanecido callada por responsabilidad institucional y apego a su creación, el FdT. “Es su gobierno”, remarcan. Es decir que la idea sería que la vicepresidenta aporte sus millones de votos y asuma como propias, sin chistar, decisiones que no comparte. Peor: acciones que comprobadamente le disminuyen su propio capital político, que en su caso equivale además a la chance cierta de resignar su libertad ambulatoria.

De esta manera, es posible concluir que los tiroteos a cielo abierto en la coalición oficialista tienen su origen en los malos resultados económicos y no al revés. Eso no significa, claro, que no haya peleas que se expliquen por egos, mezquindades, enojos o espacios de poder. La política es una actividad profundamente humana, en la cual las virtudes y miserias se magnifican al extremo. Pero las razones de las cruentas –y en ocasiones patéticas- batallas intestinas del Frente de Todos hay que buscarlas en el deterioro desesperante de los ingresos populares, justo lo que el peronismo había prometido revertir, a tono con su representación histórica.

La duda existencial del huevo o la gallina, en este caso, está despejada.