El gobierno nacional desató en la semana previa a un nuevo aniversario del golpe de estado de 1976 un previsible festival de provocaciones como parte de la batalla cultural que el presidente Javier Milei considera especialmente relevante para su pretendida revolución liberal. Algunas de ellas son payasadas y crueldades varias en redes sociales, el terreno que más erotiza al todopoderoso asesor Santiago Caputo. Otras son de una peligrosidad inusitada en 40 años de democracia, que tendrán como respuesta una movilización descomunal este domingo en las calles.

En ese marco, la dupla Patricia Bullrich-Luis Petri desplegó días atrás su show en conferencia de prensa al lanzar una batería de proyectos de ley sobre seguridad y defensa, cuyo texto ni siquiera está finiquitado. Todo sea por el relato. En su favor, hay que señalar que en esta ocasión no se disfrazaron de militares para llevar adelante el espectáculo.

En el contenido de esas iniciativas se encuentra, en medio de la penalización de piquetes y bloqueos sindicales, la modificación legal para que las Fuerzas Armadas recuperen su rol en la represión del delito, puntualmente ahora del narcotráfico. No es el primer intento en la materia, pero ahora adquiere un volumen inédito por varias razones, empezando por la más obvia: en Rosario, la violencia de las bandas escaló a la ejecución de civiles y su consecuente producción de terror social. Hay clima para acciones extremas.

Justamente por ese motivo, entre otros, el gobernador Maximiliano Pullaro y varios de sus colegas de diferentes extracciones políticas, como el cordobés Martín Llaryora, salieron rápidamente a respaldar la movida. Es evidente que consideran que un rechazo al planteo, o al menos la necesidad de un análisis más profundo, no garpa en el actual estado de conmoción.

Convendría actuar con extremo cuidado por varios motivos, pero especialmente por la resistencia de las propias Fuerzas Armadas a lanzarse a una aventura tan imprecisa como peligrosa. Lo verbalizó la mismísima vicepresidenta Victoria Villarruel, que proviene de la "familia militar", en una volcánica entrevista con el amable Jonatan Viale en TN, donde además no se privó de criticar la idea de extender al Senado el drástico ajuste que ejecuta impiadosamente el Toto de la Champions: "si venís con la motosierra como Freddy Krueger (sic)" va a haber juicios laborales costosos para el Estado. Pesadilla en lo profundo de la noche.

Habría que seguir también con particular atención las visitas, en un lapso de apenas una semana, del director de la CIA, William Burns, y de la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, donde la cuestión narco y la participación militar en su combate está decididamente en agenda. No es ninguna novedad que la potencia imperial gusta de vincular, sin demasiados datos ciertos, a las organizaciones criminales dedicadas al comercio ilegal de estupefacientes con Hezbollah. Debajo de ese discurso, por supuesto, siempre hay bussiness. No necesariamente beneficiosos para Argentina, por supuesto. Más bien, lo contrario.

Al margen del debate sobre la participación de las Fuerzas Armadas en el combate al narco, que debería darse con toda la prudencia y responsabilidad del mundo (spoiler: no va a ocurrir), se conoció esta semana que pasó un hecho cuya gravedad es difícil de exagerar. La agrupación HIJOS denunció que una de sus miliantes fue golpeada, abusada y amenazada de muerte por dos personas que irrumpieron en su casa. Antes de irse, pintaron en una de las paredes: VLLC.

La reacción libertaria, empezando por el propio presidente, fue poner en duda, negar o lisa y llanamente celebrar el dramático episodio. Eso y abrir la puerta, cuando no alentar, la multiplicación de estos ataques son sinónimos. Alguien razonable dentro del mismo oficialismo debería advertir que ese camino lleva inexorablemente a un baño de sangre.

No, este no es un mal sueño, como grita Roger Waters en un demoledor tema de Pink Floyd. La contracara se verá en las muchedumbres que ganaran el espacio público este domingo, probablemente como nunca antes. Será para homenajear a las decenas de miles de víctimas de la dictadura, pero también para canalizar la oposición y resistencia a la ofensiva gubernamental. Y para avisar que existen y no son pocos.

En palabras de la inolvidable Hebe de Bonafini: "Por más que nos tapen, estamos. Por más que nos pongan mil milicos adelante, estamos. Por más que no les guste, estamos. Y si nos matan, seguiremos estando".