La ola antiperonista santafesina que se reveló en las primarias provinciales del 16 de julio terminó siendo un tsunami que arrasó con todo lo que tenía a su paso e irrumpió incluso en orillas justicialistas que se presumían intocables. Un fenómeno político que no por imprevisible resulta menos impactante.

La teoría sobre una mayoría electoral consolidada en Santa Fe que es refractaria no ya hacia el kirchnerismo sino al peronismo en cualquiera de sus variantes fue brutalmente verificada en las urnas. La constitución de Unidos, el artista antes conocido como frente de frentes, fue el instrumento letal para canalizar ese humor social.

La maquinaria política del radicalismo conducido por el gobernador electo Maximiliano Pullaro volvió a funcionar como un mecanismo de relojería suiza, al que se sumaron ahora el resto de las estructuras partidarias sin fisuras constadas. El horizonte de victoria dibujado en las PASO despejó cualquier nubarrón que pudiese existir. Además, claro, del atractivo personal de candidatos y candidatas opositoras.

El peronismo fue precisamente lo contrario. El fraccionamiento del voto entre categorías que impone la boleta única produjo la ilusión de que cada uno de los protagonistas podía refugiarse en su propio segmento sin atender la globalidad del proyecto político. Más allá de las valoraciones que se puedan emitir al respecto, era un criterio que tenía su lógica: ya había ocurrido antes.

Cuando explotó ante los incrédulos ojos justicialistas la bomba de racimo ya era tarde para lamentos. La inercia fragmentaria de los últimos 4 años no quiso, no supo o no pudo ser abortada hacia la elección general, ya no para retener el sillón del Brigadier sino para que quedase aunque sea algo en pie.

Naturalmente, el mayor apuntado es Omar Perotti, por la sencilla razón de que es el gobernador. Razones, con seguridad, no faltan. Pero sería de una comodidad inconveniente depositar en los hombros del rafaelino la totalidad de las culpas. La performance del peronismo santafesino fue de una indigencia abrumadora en toda la línea.

Incluso los pocos que salvaron la ropa, la banca y los fueros -que no es poco en este trance- tampoco tienen demasiado para celebrar. El tradicional poder de fuego de los senadores peronistas, por caso, quedó reducido a cenizas. No quedó capacidad ni para negociar un puesto de ordenanza, para ponerlo en criollo descarnado.

En pocas semanas, mientras vuelen gruesas facturas cruzadas por la catástrofe, el PJ santafesino deberá afrontar la elección presidencial, en la cual su postulante, Sergio Massa, se enfrenta a candidatos que prometen extirpar, destruir y enterrar al peronismo, según sus propias palabras. El 30% de Marcelo Lewandowski podría transformarse en una colina a defender. Y desde allí construir un refugio para el invierno nuclear que se avecina.

Eso, claro, si es que fue aprendida la lección demoledora de este inolvidable 10 de septiembre de 2023.