Por Leo Ricciardino

“Hicimos un cambio chiquito pero muy significativo”, decía hace algunos años el entonces Jefe de Gabinete Marcos Peña, en referencia a los animales que aparecían en los billetes reemplazando la figura de los próceres. Y tenía razón, el cambio fue muy significativo e ilustrativo de que al neoliberalismo no le gusta el pasado. “Seres vivos en lugar de muertos”, llegaron a señalar en ese momento. No les gusta el pasado porque no los favorece, no habla bien de ellos, ni de sus ancestros ni de sus ideas. Mucho menos de los ancestros del propio Peña, ligados a los Braun a la Sociedad Rural y a las masacres varias contra los pueblos originarios de la Patagonia.

Hoy el presidente Alberto Fernández reparará ese atropello a la historia de parte del gobierno anterior -que no tuvo casi resistencia, hay que decirlo- al presentar en un acto oficial los nuevos billetes con la estampa de José de San Martín, Manuel Belgrano, Juana Azurduy y Miguel de Güemes, entre otros de la serie que además tendrá paridad de género.

Muchos estarán pensando que más allá de las figuras lo importante es cuánto realmente valen esos billetes en esta Argentina inflacionaria. Y sí, no van  a valer mucho más que los actuales y no habrá ninguno de denominación más alta que mil pesos. Habrá que seguir amontonándolos de a varios para llegar a comprar algunas cosas y por las monedas ya casi no hay que preocuparse. Pero una cosa no quita la otra, porque en esa simbología se cifra también la pugna de modelos en la Argentina. Como dijo Jorge Luis Borges en su poema El Golem: “El nombre es arquetipo de la cosa”. La imagen también.

El presidente Fernández ató su destino a los resultados que consiga o no su ministro de Economía Martín Guzmán a quien empodera cada vez más ante cada ataque interno del Frente de Todos. Eso hizo estos días al subsumir la secretaría de Comercio del díscolo Roberto Feletti al ministerio de Economía.

Claro que hace bien el gobierno en identificar en los precios el problema más grave que tiene el país. Además, como dijo el ex presidente del Banco Central durante el gobierno de Cristina Kirchner, Alejandro Vanoli "la experiencia histórica dice que no se ganan elecciones con una inflación superior al 30% anual".

El columnista político Horacio Verbitsky fue más puntual: “En el último medio siglo ocho veces se votó con una inflación anual superior al 50%. En seis de ellas el oficialismo fue derrotado. Y en las dos en que se impuso, la elección ocurrió luego de una brusca caída de la inflación, consecuencia de los planes de estabilización aplicados por los respectivos gobiernos luego de las híper de 1985 y 1991”.

Nadie se lo pidió específicamente -aunque quizás la vicepresidenta le hizo algún encargo- pero Vanoli escribió un plan anti inflacionario provocador y novedoso sobre dos ejes que parecen a simple vista incompatibles: el Plan Austral de Juan Sourouille durante el gobierno de Alfonsín y la Convertibilidad de Domingo Cavallo con Carlos Menem. 

Asegura que el país viene de 15 años de inflación elevada, especialmente de 2018 en adelante. y que la inflación se ataca con un programa consistente que ataque en simultáneo todas las causas que la provocan. “Ello implica usar todo el arsenal de medidas las más ortodoxas, monetarias y fiscales y las más heterodoxas, cambiarias, estructurales, de costos y de puja distributiva. Un enfoque parcial fracasa”, aseguró el ex director del Banco Central.

Andrés Asiaín del Centro de Estudios “Raúl Scalabrini Ortíz” (Ceso) ya había explicado por Radio Sí 98.9 la propuesta que incluso había presentado a los economistas del gobierno al principio de la gestión. La idea pasa por convocar a un consenso social y “llamar a un congelamiento de todos los precios por tres meses, generando una estabilidad precaria, artificial a partir del pacto social y proyectarla luego inercialmente con las paritarias". Pero todas son políticas de shock que requieren de gran respaldo político, algo que el gobierno actual fue perdiendo.

Lo dijo el propio presidente: “Necesitaríamos una ley que modifique al alza el esquema de retenciones a las exportaciones del agro y así estabilizar precios internos”, pero reconoció que no va a mandar ese proyecto al Congreso después de que la “oposición armó un tractorazo en la plaza” contra el impuesto a la Renta Inesperada que ni siquiera afectará a los productores rurales. Esa sola mención de Alberto Fernández al pasar en un reportaje radial, mereció una aclaración del ministro de Agricultura a quien los sectores del campo no terminan de aceptar como un negociador comprensivo. “No está previsto un proyecto que aumente las retenciones”, se apuró a decir Julián Domínguez.

Sin acuerdo político amplio, y no sólo dentro del frente de gobierno, no habrá receta efectiva para el flagelo que asola al país desde hace tiempo. Con distintas circunstancias históricas pero con las mismas raquíticas armas para enfrentarlo.