El plan de la Revolución Libertaria que lidera el presidente-profeta Javier Milei ya quedó bien claro, especialmente en los últimos días: saturar la agenda pública de disparates mientras sostiene a duras penas la intervención del dólar para así llegar a las elecciones de medio término con la inflación controlada.

La famosa batalla cultural de la que habla el León libertario parece ser, en realidad, diarias ráfagas de idioteces con sentido distractivo. Es lo que el ideólogo de la nueva ultraderecha mundial y ex asesor de Donald Trump, Steve Bannon, definió poéticamente como “inundar la zona con mierda”.

Ese esquema además ahora resulta funcional al verdadero carozo del asunto, que es conseguir billetes verdes que financien el ancla cambiaria. Y para ello, el gobierno argentino cotidianamente se arrodilla y le reza al presidente estadounidense para que interceda ante el FMI. Es sencillo: Trump desata una ofensiva contra el movimiento de mujeres y diversidades, Milei le hace morisquetas desde Davos; Trump anuncia la salida de la Organización Mundial de la Salud (para después negociar), Milei lo imita (sin capacidad de negociar nada). Puede fallar.

La semana que terminó ayer exhibió algunas alertas considerables. No sólo no aparecen, al menos todavía, los dólares del FMI sino que tampoco están a la vista los que eventualmente puede aportar lo que cariñosamente se denomina “el campo”, pese a la baja de retenciones. Y en paralelo, pegaron un salto precios sensibles para la economía real como el de la carne o el de los ladrillos. Y mientras tanto, todos los días se conocen noticias de cesantías, suspensiones o liso y llano cierre de empresas.

Nada de todo ello les importa a “los mercados”, que siguen de festichola. Presentan rasgos de inigualable comicidad aquellas frases de dirigentes políticos, empresarios, economistas y comunicadores con gesto adusto que subrayaban las pretendidas preocupaciones institucionales del sector financiero ante el avance del populismo. Van 2 años sin presupuesto y logró media sanción una reforma electoral en el mismo año en que se celebran las elecciones. ¿Qué tul?

Semejante panorama es posible también, en muy buena medida, porque el heterogéneo arco opositor no logra enhebrar algunos acuerdos elementales para confrontar con el mileísmo y aliados en el Congreso, como se verificó días atrás, sino también para ofrecerle un continente político a la porción no desdeñable de la sociedad que es refractaria al modelo libertario. La marcha antifascista lo mostró en toda su magnitud: en líneas generales, la dirigencia se pronunció tarde y mal.

Hay otro dato de la realidad que se evidenció nítidamente en estas jornadas: el languidecimiento de la conducción política de Cristina Fernández de Kirchner. La balcanización del bloque de diputados nacionales en el voto por la suspensión de las PASO y la fragmentación (finalmente acotada) del peronismo santafesino en el cierre de listas para convencionales constituyentes indican con claridad que la voz de orden de quien fuera, por escándalo, la figura central de la política argentina en el siglo XXI ya no resuena como en sus épocas de gloria.

El resultado de esta confluencia de factores no puede ser otro más que el caos. En el caso del oficialismo, buscado. En el de la oposición, asumido con impotencia. Ingenieros de esa realidad, por acción u omisión.