Por Natalia Pandolfo

Ni millones de mujeres gritando el aullido más poderoso que retumbe en cada esquina de la tierra. Ni la sincronización de todos los gritos en un único clamor definitivo. Tampoco el desgarro, el tormento, la perpetua al femicida, ese pesar como zapatos de mármol.

Nada devuelve a Susana la vida de Griselda Correa, su hija, que interpela cruel en el cartel. 

Susana Montes marcha y lleva de la mano a Luz, la hija de su hija. Luz mira con sus ojos grandes de niña chica y no habla nada, excepto por sus ojos vidriosos.

- Nosotras somos la voz de Griselda.

Dice Susana y de fondo miles de mujeres gritan que se quieren vivas. Querer estar vivas: una obviedad que hoy suena a suerte, a zafar, a justo no haberse cruzado, a haberse bajado de ese coche, a haber podido entramar con otras. A llevar en las espaldas el dolor de las que quedaron en el camino, en aquella zanja, enterradas en el patio de esa casa, en algún lugar perdido que sólo es número en el recuento. 

Las brujas que nunca (una crónica sobre la marcha en Santa Fe)

Alrededor el mundo es de colores, de banderas, de abrazos, de olor a praliné en el inicio en la Plaza del Soldado y a choripán en el cierre, en la Plaza 25 de Mayo. El mundo sigue siendo de los automovilistas que paran y esperan que pase para poder seguir con lo suyo.

Para Susana el mundo se puso en blanco y negro el 20 de agosto de 2013 - y nunca volvió a tener colores. Ahora dice que marchar le devuelve algo de ese calor en el pecho que se necesita para levantarse todos los días.

- Me hace bien esto.

Dice y mira a Luz que habla a través del cartel: “Hoy salgo a gritar yo porque mi mamá ya no puede”.

Las brujas que nunca (una crónica sobre la marcha en Santa Fe)

América Latina va a ser toda feminista, dicen esos cuerpos que cargan, además de todo, con el peso de una sociedad que escupe toneladas de discursos de odio por minuto.

Hace frío en la tarde de junio y hace el frío de tantas marchas, el calor de tantas otras, el contador nuestro de cada día (una muerta por día) que ninguna de las presentes se resigna a asumir como normal. Mujeres le preguntan al patriarcado cómo se hace un asesino. Mujeres marchan con pibitos y pibitas y mochilas a cuestas. Vecinas acompañan desde los balcones. Gente camina a contramano.

- Salimos en la tele.

Le dice un adolescente a otro, pasan de largo y no entienden. La ley de ESI, mientras tanto, duerme el sueño de los justos en un escritorio con doble llave.

Nos queremos vivas.

Las brujas que nunca (una crónica sobre la marcha en Santa Fe)

El edificio de Tribunales asoma inmune y pareciera conversar con el de la Catedral y su amarillo patito sin pintadas. 

Allí tiene su trono la justicia patriarcal que con su brazo bruto mutea a las mujeres y a las disidencias y las condena a repetir esta historia que ya es pesadilla.

- ¡Mingarini, destituido!

Grita la marcha como quien celebra que haya un brote tímido en el pavimento.

- Por más que le den 50 años, mi hija no va a volver más.

Dice Susana y su decir se entrama con la dignidad de otras madres que alguna vez hicieron historia en el mundo y dejaron el legado de un pañuelo y una lucha.

El eco de los pasos en la calle es el himno que marcará esta época de movilización profunda y comprometida con un futuro de igualdad. Mujeres periodistas relatan en vivo esta historia que es presente. Las caras de siempre, las huellas, el cansancio, se trenzan con las pieles tersas de lucha y glitter.

- Quiero que estas chicas se críen libres, que no vivan con miedo. 

Dice Susana y camina. La marcha ya va llegando a la plaza, los parlantes dificultan la charla. Saluda y se pierde entre las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar. Su dolor tiene la forma de su sombra.