Las principales figuras del heterogéneo continente de la oposición más competitiva en lo electoral se encuentran sumidas en una disputa de marketing político que puede resultar ingenioso, e incluso efectivo tal vez, pero que no deja de tornarse resbaloso en una coyuntura de hartazgo y enojo social en niveles difíciles de exagerar.

La campaña “Menos balas, más escarpines” podría decirse que cumplió su objetivo, en el sentido de que tuvo alto impacto mediático y en redes sociales. Permitió comenzar a instalar el apellido del postulante, Dionisio Scarpin, mediante el evidente juego de palabras. Y a la vez, reveló una estrategia de diferenciación con la actitud halcón de su eventual competidor, Maximiliano Pullaro.

Precisamente, el dirigente radical del sur de la provincia se despachó esta semana que pasó con el anuncio de que haría campaña electoral con un arma en la cintura. El justificativo de tamaña desmesura fue que estaba amenazado por los capos narco. Tiene su sabor: se muestra duro y decidido y, a la vez, ofrece una imagen de enemigo mortal del crimen organizado para borronear algunos molestos episodios que siempre están a mano para salir del archivo.

Es el discurso, en definitiva, que expone Juntos por el Cambio en todo el país. No incomoda en lo absoluto a la dirigencia y militancia del PRO, que asume esos postulados como propios. Pero sí desperfila al socialismo, cuya pretensión retórica de que hacer una alianza con esos protagonistas es la garantía de un teórico programa progresista supone una pirueta que aterraría al más osado trapecista.

Hay, eso sí, un eje común: el más virulento antikirchnerismo, cuando no antiperonismo cerril a secas. No está dicho en modo de crítica sino como mera descripción. Y tiene su razón de ser: en la provincia se Santa Fe se consolidó una mayoría electoral refractaria a la vicepresidenta y a todo lo que la rodea, como lo demuestra el hecho de que el justicialismo no triunfa en elecciones nacionales desde 2011, con la sola –y débil- excepción de la primera vuelta de 2015.

Por este motivo es que los dirigentes del aún innominado frente de frentes suelen zambullirse en una competencia por ver quién profiere el insulto, agravio o descalificación más estridente contra Cristina Fernández de Kirchner, en particular, y contra los peronistas en general, incluidos sus votantes. Suponen que la interna se gana con el núcleo duro que más detesta a la ex presidenta y que triunfando en esa disputa intestina la elección general ya está resuelta.

Una muestra de ello se pude apreciar el jueves pasado en el Senado de la Nación, cuando el bloque de Juntos por el Cambio y aliados resolvió dejar sin quórum la sesión en la que se pretendía votar, entre otros proyectos críticos, los pliegos de tres jueces federales para Rosario. El argumento fue que el kirchnerismo es “tramposo y así no se puede dialogar”.

¿Alcanza para todo actuar como el personaje del hater anti K de Capusotto? En el pantanoso terreno social de la actualidad, un resbalón inesperado puede ser caída.