La voladura de Juntos por el Cambio ejecutada centralmente por Mauricio Macri, con la fallida fórmula Patricia Bullrich-Luis Petri como fachada, fue cualquier cosa menos imprevisible, si bien impacta por sus dimensiones y crudeza. No era ningún secreto que el ex presidente venía empujando desde hace rato al sector más virulento del PRO a las orillas de Javier Milei, a sabiendas de que ese movimiento detonaría a su coalición. La consumación de la derrota en la elección del domingo pasado no hizo más que terminar de asfaltar ese camino que ya estaba trazado.

Sin embargo, este panorama no ingresaba ni en la más húmeda de las fantasías del peronismo apenas un año atrás. En aquel entonces, hace mucho tiempo y en una galaxia muy lejana, pocos dudaban de que el ganador de la interna de JxC sería el nuevo presidente. Más aún, había un consenso casi unánime en el círculo rojo, el establishment periodístico y buena parte del sistema político de que Horacio Rodríguez Larreta sería el elegido. Tenía el favor de una porción significativa del gran empresariado, el respaldo de grandes medios de comunicación, la estructura territorial del radicalismo y efectividades conducentes hasta el infinito y más allá. Lo avalaba el resultado de las elecciones de medio término en 2021, en las cuales había empezado a cometer el parricidio de Macri. Festejó antes de que empiece el partido: perdió, y feo, con la aguerrida Bullrich.

Al líder libertario le ocurrió algo similar más acá en la historia. Luego de su irrupción fenomenal en las PASO, se dedicó a cantar victoria e incluso pronosticar un triunfo en primera vuelta en el acto de cierre de campaña. Su personalidad, tan desbordante como inestable, le impidió percatarse que había dejado de ser una novedad pintoresca en el firmamento político y social de la Argentina, se enamoró del personaje y lo pagó caro. Los dislates de su ecosistema, con propuestas de la talla de privatizar el mar para que no se extingan las ballenas, hicieron el resto. Otro que contrató el flete de la mudanza antes de tener en sus manos la llave de la Residencia de Olivos.

La tendencia suicida de almorzarse la cena acecha hoy al peronismo. La euforia de los casi 37 puntos y la masacre interna de JxC a cielo abierto pone a Unión por la Patria en esa peligrosa situación. Parece paradójico pero no lo es, las pruebas están a la vista. Especialmente en un movimiento cuyos descomunales esfuerzos lograron lo que parecía imposible: ser competitivos luego de la fracasada experiencia del Frente de Todos. La celebración afloja los músculos, nada que no se sepa.

El candidato Sergio Massa lo tiene claro. Y lo sabe por su propia evidencia empírica, tras cometer similar error luego de su exitoso debut con el Frente Renovador en 2013. Está por verse si el resto de la dirigencia y la decisiva militancia lo comprenden, en medio del júbilo y los brindis de estos días. Como suele decir el acertado cassette de los futbolistas: todavía no se ganó nada.