El fin de semana que viene asumirán Maximiliano Pullaro en la gobernación santafesina y Javier Milei en la presidencia del país con una amplia legitimidad de origen, producto de haber triunfado sólidamente en sus respectivas competencias electorales. No obstante, es necesario advertir que este plafond deberá ser renovado periódicamente en la gestión concreta, lo cual no es ninguna novedad ni misterio, pero en este contexto de altísimo enojo popular la volatilidad del respaldo en las urnas se mide en días.

El caso del radical santafesino parece tener contornos más nítidos. Es el gobernador más votado de la historia y su coalición aplastó al peronismo en toda la línea. Tendrá la mayor concentración de poder desde el retorno de la democracia y, consecuentemente, manos libres para hacer prácticamente lo que le plazca. Tiene además carta blanca para afrontar la mayor demanda de sus votantes: frenar la violencia criminal en los grandes centros urbanos.

En este sentido, no sorprende que el gobernador electo haya celebrado públicamente la designación de Patricia Bullrich en el ministerio de Seguridad de la Nación, con quien ya articuló en el período 2015-2019. Distinto hubiese sido si esa área terminaba en manos de Victoria Villarruel, como se había planteado originalmente en la propuesta libertaria, en tanto se trataría de un experimento difuso, dicho esto con diplomacia vaticana.

El problema que tiene Pullaro es la dureza de la realidad. En una situación de estrechez económica absoluta, con una paritaria famélica en el horizonte y promesas de estanflación inducida a escala nacional, debe conseguir resultados visibles y palpables en el corto plazo en materia de lucha contra la inseguridad. Ya se dijo aquí: el pueblo argentino, en cuestiones políticas, es bilardista al extremo. El futuro gobierno debe sumar puntos sí o sí de entrada porque si no los silbidos aparecen rápido, especialmente en el furioso paisaje social de este momento.

Aún así, la experiencia de Unidos para Cambiar Santa Fe cuenta con una consistencia de arranque muy superior a la del gobierno nacional entrante. No sólo porque se trata de una entente con dirigentes duchos y formados al calor de la refriega política democrática, sino porque es más claro el sentido del voto hacia Pullaro y aliados.

Es cierto, y también se subrayó en este espacio, que Javier Milei dijo lo que iba a hacer y finalmente lo hará. O al menos lo intentará. La referencia es a la motosierra. El ajuste descomunal que se propone ejecutar a partir del 11 de diciembre no debería sorprender a nadie. Ahora bien: es bastante difícil pensar que ese casi 56% de los votos es toda gente que está dispuesta a que el hachazo caiga sobre su cuello.

¿Creyeron realmente que el guadañazo lo iba a pagar “la política”? ¿Pensaron que el tajo pasaría solamente por “los planeros”? ¿Se entusiasmaron con esa luminosa y humanitaria propuesta de “ponerle el último clavo en el ataúd del kirchnerismo? ¿Fue sólo bronca y enojo, patear la mesa y después vemos? ¿Se bancarán los jóvenes que idolatran al león libertario que sus padeceres cotidianos se prolonguen por tiempo indefinido? ¿Cuántos liberales libertarios “puros” hay en realidad?

De la respuesta a estas preguntas y otras tantas surgirá la clave para descifrar qué tan sostenible es la audaz apuesta de Milei. El que salga vivo lo sabrá.