La semana pasada en este mismo espacio se escribió que era hora de poner el cuerpo y que Nación tomara la problemática narco como propia. Después del estado de contusión que ocasionó la amenaza a Lionel Messi en Rosario, los distintos niveles de gobierno analizaban cómo dar los pasos, qué costos y beneficios, en conclusión, medían el salto que debían dar. Curiosamente, el cortocircuito que terminó generando la respuesta fue una violenta pueblada en una zona postergadísima de la ciudad, luego de que asesinaran a un niño de 12 años. El caso Messi despabiló, Empalme Graneros metió los dedos en el enchufe.

Lo cierto es que los días entre las balas contra el supermercado de los Roccuzzo y esa suerte de estado de naturaleza entre vecinos y narcos transmitido en vivo por la televisión, la política se vio interpelada y, sobre todo, expuesta. “Se asustaron en Nación cuando vieron que incendiaban casas. No quieren que eso suceda en el conurbano”, sostuvo a este medio una fuente provincial involucrada en el vínculo con el gobierno nacional. 

De aquel “algo más habrá que hacer” del presidente Alberto Fernández, un sincericidio entre la responsabilidad y la inacción, a mandar tropas federales y al Ejército, a ingenieros del Ejército, sin armas, pero para que un poco asusten. La pregunta es si hay algo que asuste a las pandillas y sus jefes, que ni siquiera son dispuestos a negociar. 

La respuesta llegó, Aníbal Fernández se rindió ante la situación, no ante los narcos, eso ya lo había hecho la semana anterior, sino ante la política y, puntualmente, ante Omar Perotti, que le reclamaba que la ayuda no alcanzaba y el ministro le respondía que el problema era suyo, de su policía y de su soberanía provincial. Sin embargo, el miércoles se tuvo que parar -sin que se le caiga ningún anillo, nobleza obliga-, ante el gobernador y el intendente Pablo Javkin, otro implicado que le exigía, y dio luz verde a nuevos refuerzos.  

Las cenizas

Algunas cuestiones quedaron en claro desde entonces. El Gobierno se involucró más, sin limitarse a una simple ayuda, la clave es por cuánto tiempo. “No tienen fecha de salida”, aclaró el jefe de Gabinete, Agustín Rossi, que no es lo mismo que decir que son “permanentes”. Sería muy inoportuno y hasta una torpeza política reducir el número. 

Por otro lado, la extrema situación evidenció que algunos consensos tácitos que empiezan a asomar. El Ejército en los barrios no causó críticas como se podrían esperar, al menos años atrás. Se aclaró que no harán intervenciones “bélicas” sino de urbanización, pero la chapa es la chapa. “Es el Ejército de la democracia”, intentó endulzar el presidente Fernández. No hizo falta. 

El ministro de Seguridad provincial, Claudio Brilloni pidió en Sí 98.9 "ponerle más pimienta". "Debemos tener coraje y decisión política para hacer lo que hay que hacer, con aplomo, con criterio. De ninguna manera a sangre y fuego, sino con profesionalismo, con dedicación para enfrentarnos con estos sotretas". Toda una definición que se enlaza con un comentario que se hace recurrente: la policía no se enfrenta con las bandas, por acción u omisión. 

Marcelo Sain, cuando era ministro de Seguridad provincial, lo había dicho en privado y lo filtraron: “Yo soy partidario de cagarlos a tiros a todos. Porque yo veo que enfrente no hay un Estado que corresponda. No estoy alentando con esto ningún gatillo fácil, nada. Lo que digo es que ha habido un Estado endeble enfrente”. Javkin, frente a la prensa luego de la amenaza a Messi, se preguntó por qué la policía no hacía persecuciones y dejó un manto de sospecha contra la fuerza policial que no termina de blanquear. 

El límite que empieza a trazarse es que la bandas no quieran armar una disputa contra el Estado, al menos contra el que no es cómplice. Esta semana se empezó a darle trascendencia al uso de teléfonos de los presos de alto perfil en cárceles. Sí, todavía tienen esa facilidad con la cual arman los ataques. Quizás, se los bloqueen. Está en transición esa idea. 

En fin, hay todo un movimiento y predisposición que todo hace suponer que debería mantenerse, continuar en progresión y no volver a caer en la desatención de la lucha contra la violencia criminal.