Por Alejandra Rodenas (diputada de Santa Fe)

En esta época, la construcción de la memoria política asume nuevos desafíos. A lo largo de estos 48 años hemos vivido tiempos más luminosos y más complejos. Pero siempre, siempre, la memoria fue guía, hilo sutil que fue trazando el camino. Ahora, además, el presente nos interpela de manera muy particular. Porque nos sitúa en una zona donde la memoria deviene frontera entre lo que queremos ser y lo que no queremos ser. 

Mientras se pretende exhibir un relato “recortado” --penosa cualidad a tono con una época donde la fragmentación es parte de prácticas y discursos sesgados, que niegan la existencia de un campo diverso, donde el pensamiento puede transformarse en zona de lo múltiple-- nuestro desafío, tal vez uno de los más profundos y comprometidos que la historia nos exija, seguirá siendo sostener la memoria política.  

Memoria de fragmentos que desde la recuperación de la democracia ha persistido a pesar de tantos pesares. 

Memoria reconstruida capa sobre capa.  

Memoria rescatada de los pliegues de la propia memoria. 

Memoria que hoy, en un presente descarnado, es revelación de dolores pero también, de profundas alegrías y victorias que nos han traído hasta acá.

Memoria de las micro memorias, memoria de las grandes y pequeñas gestas. 

El sustantivo que definió un antes y un después en nuestro modo de hacer política.

Sí, las provocaciones del gobierno escalan a niveles pavorosos, nunca vistos en democracia. Esas provocaciones apelan a conceptos desmentidos por el largo y paciente trabajo de organismos de derechos humanos y de la justicia, no sólo dentro de las fronteras nacionales sino como ejemplo en el mundo. El modo en que Argentina ha sido capaz de abrazar los procesos de Memoria, Verdad y Justicia han sido inspiración y ejemplo para otros países. Existe un error epistemológico en ese deseo de “la memoria completa”. Primero, porque la memoria es elusiva, resiste cualquier intento de completitud, de rompecabezas entero, plano, libre de cualquier disputa. Justamente, la memoria nunca es completa porque para sobrevivir al horror y al  trauma colectivo es la propia memoria la que se resguarda. Porque no es patrimonio de quienes la escamotean sino de quienes apuestan a una verdadera democracia participativa para profundizarla.

El Terrorismo de Estado apeló al borramiento, determinó el asesinato de miles y miles de personas, el abuso, la tortura, la desaparición, el robo de bebés. Esto no es un concepto: es una realidad palpable corroborada por el trabajo de organismos, por la justicia local e internacional, por la trama política que fue señalando los campos de exterminio como la ex Esma, que fue restituyendo la historia de las personas desaparecidas a través de trabajos como los que hace el Equipo Argentino de Antropología Forense, que se fue construyendo lentamente a pesar del silencio de la cúpula militar. Recordemos, por ejemplo, que cuando muere en la cárcel Rafael Videla, Estela de Carlotto no celebra, no apela a la venganza. Simplemente dice “qué pena que él se haya llevado tantos secretos”. Justamente, los militares hicieron un pacto de silencio que es el que nos impide saber exactamente que pasó con los 300 nietos y nietas que faltan, con los 30 mil desaparecidos, con los mancillados, con los exiliados, con las casas saqueadas, con los cuerpos lanzados desde aviones al mar. 

El momento presente requiere calma, claridad, inteligencia para pensar estas cosas, para no caer en debates falsos y malintencionados que sólo pretenden apuntalar la mentira, negar la historia, negar los valores humanos, negar una democracia que fue capaz de avanzar en la restitución de la verdad. 

Es necesario convocar a la memoria, entender de manera más profunda nuestra historia. Y saber que la trama social es demasiado vasta y compleja como para pensar que quienes gritan, amenazan y vociferan van a poder quedarse con el pasado común, con el relato falseado de la historia, con una máscara triunfante compartida en redes sociales como si no hubiera más que presente, como si la historia y la memoria política, en su profunda sabiduría, no fueran a juzgar, también, a los responsables del saqueo del Estado hoy. 

Por eso, justamente, es necesario posicionarnos con la memoria como frontera.

Creemos en un Estado presente. El mismo que supo vehiculizar los procesos de Memoria, Verdad y Justicia. Alzamos la voz contra el negacionismo y la mentira. 

No aceptamos provocaciones.

Tampoco, el maltrato a la trama social, a trabajadores y trabajadoras, jubilados, científicos, docentes y artistas. Porque la memoria no sólo se refrenda en el pasado sino que es puro presente.

A 48 años del golpe genocida, sigamos fortaleciendo esa trama. 

Porque la memoria es política. 

Porque la memoria es una suerte de frontera de saberes, palabras, evocaciones, sensibilidades y racionalidades compartidas. Ese acuerdo nos pone, justamente, en el desafío renovado de posicionarnos con claridad.

Ese es el piso común que solventa un modelo que bebe del pasado para develar el presente y situarse hacia el porvenir. Un modelo donde nos volveremos a reconocer como parte de una trama común, que no está rota, que nunca estará rota, porque esa trama nos constituye. Y porque es a partir de ella que debemos situarnos de cara al futuro. Nuestro futuro. El de los ciudadanos y ciudadanas que sabemos que nada bueno nace del odio, que la memoria sólo fructifica cuando existe el diálogo, el consenso, la rebeldía. Y la esperanza.