La virulenta escalada de agresiones en la interna del autodenominado frente Unidos para cambiar Santa fe no encuentra techo y no asoma en el horizonte elemento alguno que le ponga freno, más allá de algunos llamados a la calma cuyo destino es invariablemente el cesto de la basura.

La tupida metralla de Carolina Losada contra su contrincante interno Maximiliano Pullaro es riesgosa pero no irracional ni carente de lógica. La hipótesis de manual es que el candidato que pega es quien va perdiendo, siempre según encuestas a las que bien le calza la comparación con las salchichas: todos las consumen pero mejor no ver cómo se hacen. Dicho esto con todo respeto por Pablo Paladini, uno de los sponsors empresarios de la ex panelista, a quien le arrimó un economista con gran influencia y algún fiambre en el placard tributario de la Provincia, ya que estamos en el rubro.

Esta teoría no necesariamente se ajusta a este caso. La blonda postulante aterriza en la política santafesina al calor de su fama como protagonista de los shows televisivos de la noche, en los cuales la frase estentórea marida a la perfección con el pico de rating. Preguntenlé a Milei si no es así.

En su flamígera entrevista con Joaquín Morales Solá, Losada disparó: “Pullaro debe dar explicaciones de los audios en los que se revelan acomodos a policías que luego terminaron involucrados con el narcotráfico”. En realidad la referencia es a dos casos distintos, pero la rigurosidad periodística no es su rubro preferido.

En este contexto, la pregunta obvia es: si hasta ahora la fórmula dio resultados, al punto de triunfar en su debut electoral en 2021 frente al mismo contendiente: ¿por qué dejaría de hacerlo ahora? Que en aquella oportunidad las balaceras verbales estuvieran dirigidas hacia el peronismo y en mucha menor medida a sus adversarios internos es apenas un detalle. Y lo es porque la creencia en la coalición es que la totalidad de los votos opositores quedarán en el redil, se diga lo que se diga en las PASO. Y que ello garantiza per se el triunfo en las elecciones generales. Ya se dijo aquí: el peligro es almorzarse la cena.

Así, Losada se mueve a sus anchas en los medios porteños de alcance nacional, utilizando con inteligencia sus contactos y su oficio. Es su territorio. Por esa vía busca equilibrar la asimetría con el armado de Pullaro, en el que abundan senadores, intendente y presidentes comunales, con determinante peso estructural pero alcance mediático de cabotaje.

El ex ministro de Seguridad de la provincia cuenta con una herramienta poderosa para empatar esa diferencia en el terreno de la massmedia: Horacio Rodríguez Larreta y su publicista/lobbysta Guillermo Seita. Hubo un episodio la semana pasada que lo muestra en su magnitud. En una novedosa modalidad de celebración por el día del periodista, el ex compañero de Losada, Baby Etchecopar, y otros contertulios hicieron un simpático acting en el que, “sin darse cuenta”, atribuyeron al jefe de Gobierno de CABA la compra de paquetes de comunicadores. Ese recurso humano está, en buena medida, a disposición de Pullaro. Acotación al margen: Jonathan Viale y su aseveración de que Mauricio Macri, a diferencia de HRL, achicaba la plata de sobres audiovisuales ensombrece las dotes humorísticas del mismísimo Luis Juez.

El complemento para la pugna interna en la trinchera pullarista la hacen sus lugartenientes, como el diputado provincial Juan Cruz Cándido, cuya cuenta de Twitter es digna de ser seguida pochoclo en mano. Y no faltan, en lo absoluto, las campañas en redes a través de las cuáles se iluminan brutalmente las debilidades de las huestes carolinistas. Una de las últimas estuvo titulada: “Un pedófilo en las filas de Losada”, a propósito del singular escándalo que involucra al ex secretario privado de Dionisio Scarpin y la fallida red de protección política que lo cubrió. Con Vicentin estábamos mejor.

En un reciente reportaje con Mariano D’Arrigo en el diario La Capital, el presidente nacional de la UCR, Gerardo Morales, hizo un curioso pedido de concordancia en la tumultuosa interna santafesina: “Tranquilo Nerón, eh”. Al lado de esta metáfora, la mítica leyenda sobre el ruego a la militancia radical para que no gatille sus revólveres se asemeja una cancioncita de Pipo Pescador. Con perdón de los jóvenes presentes.