La motosierra con la que el presidente Javier Milei prometía en campaña mutilar al Estado se transformó rápidamente en una topadora con el objetivo abierto de no dejar nada en pie. Desde la libertad para el carancheo salvaje del patrimonio nacional hasta la hiperregulación del derecho a protesta y hasta de reunión, cuyo paroxismo es alcanzado con la exigencia de pedir permiso al ministerio de Seguridad para tener un encuentro de 3 o más personas en un espacio público. Volvió la cuarentena y no nos habíamos enterado.

El decisionismo extremo del león mandatario es la contracara hasta el absurdo del festival de amagues y recules que constituyó el gobierno fallido del Frente de Todos. Pero, cuidado, esa observación puede llevar a un diagnóstico erróneo, que consiste en creer que se podría haber hecho lo mismo pero en sentido contrario. Lo dijo el periodista de La Nación, Carlos Pagni: si Cristina Fernández de Kirchner fuera presidenta y ejecutara su programa con estos procedimientos, el país estaría incendiado.

“Milei es un hombre solo”, sostuvo el consultor de Donald Trump, Dick Morris, en la reciente Cumbre Mundial de Comunicación Política celebrada en Cancún, según publicó Diego Genoud en LPO. La referencia la hizo al comparar con la poderosa estructura del Partido Republicano que sostiene al ex presidente estadounidense, que intentará volver a la Casa Blanca en 2024. Es una mirada sumamente limitada, en tanto no va más allá del armado político. Olvida que el líder libertario cuenta con el respaldo sin fisuras, al menos por ahora, del gran empresariado local y trasnacional, la mayoría de los medios de comunicación más importantes y, tal vez, la Justicia.

En este último aspecto, las designaciones de Mariano Cúneo Libarona como ministro de Justicia y Rodolfo Barra como procurador general del Tesoro asoman como medidas inteligentes para los intereses del conglomerado político-económico que se expresa en Milei. No porque sean dos sabios del derecho, tema sobre el cual no se discutirá aquí, sino porque son grandes navegantes de las aguas turbias del Poder Judicial. En esa rosca se juega una parte considerable de la revolución libertaria. Y sí, claro: la Justicia Independiente, como Papá Noel y los Reyes Magos, son los padres.

La estrategia de ofensiva en toda la línea que ejecuta el gobierno nacional obedece a varias razones, pero hay una que quizás no fue lo suficientemente explorada: el peronismo ya no da miedo. Se ha dicho en este espacio en reiteradas oportunidades al punto del aburrimiento, pero igual va de nuevo. Cuando la militancia kirchnerista cantaba “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”, sonaba creíble. E imponía algún límite. O por lo menos operaba como factor desaliento. Pues bien, la tocaron a CFK y vaya cómo, pero no pasó nada. Nada.

En consecuencia, el desenfreno libertario avanza sin mayores temores. Más aún cuando observa a una parva de dirigentes políticos y sindicales del Movimiento Nacional Justicialista con trastornos de ansiedad por ir en auxilio del vencedor a cambio de un puñado de sandwichitos.

Por otra parte, quienes pretenden un freno a la orgía de privatizaciones, desregulaciones y cercenamiento de libertades no contarán, por el momento, con el esfuerzo del otro gran partido nacional, la UCR, que parece en líneas generales más bien dispuesta a colaborar con el gobierno de Milei, a tono con la opinión que en rasgos globales tiene su electorado.

No obstante, atención porque la cantidad y variedad de apaleados por el programa libertario es descomunal. Y en ese aspecto es donde empiezan a aparecer cortocircuitos multitudinarios. Un ejemplo claro es el sector pyme de biocombustibles de la provincia de Santa Fe, que llevó su malestar al gobernador Maximiliano Pullaro por entender que la ley ómnibus es su “certificado de defunción”. Es porque elimina la obligatoriedad de los porcentajes de corte en naftas y gasoil establecidos por una ley de 2006 que impulsó Néstor Kirchner. Una ley K, en definitiva. La desregulación champagne es así.

Hay, finalmente, otra dimensión para incorporar al análisis, aunque tenga contornos cuasi metafísicos. Y es la incógnita sobre si ese pueblo argentino corcoveante y gritón, que marcó a fuego la vida nacional desde hace un siglo, mantiene su memoria histórica. Si esa tradición de lucha y resistencia sedimentó y sigue allí, confundida pero viva. O si, de una vez y para siempre, decidió rematar su alma.

Lo sabremos en breve, luego de chocar las copas para darle la bienvenida al año que comienza.