La conformación del binomio de unidad oficialista Sergio Massa-Agustín Rossi puede argumentarse e interpretarse de mil maneras diferentes, siempre a gusto del emisor y receptor, pero tiene una marca indubitable: el anochecer de la figura de Cristina Fernández de Kirchner, sol del sistema político argentino durante las dos últimas décadas.

Hay un dato que es incontrastable. Por primera vez desde 2003, no habrá un candidato o candidata pura en la boleta presidencial. Por supuesto que eso no supone que Cristina no haya participado o intervenido de manera determinante en la composición de la fórmula, pero no elude la notable señal de impotencia que ello implica. Si fue porque se considera proscripta, porque no tiene una figura lo suficientemente atractiva en su espacio, porque da por perdida la elección o porque cree que Massa es la única opción posible en este contexto, es materia de discusión. Pero lo cierto es que el resultado está ahí, a la vista de todos y todas.

En el cierre de listas de las elecciones provinciales de Santa Fe ya se pudo vislumbrar un desenlace de estas características. La oferta electoral de La Cámpora y aliados en la tercera jurisdicción del país es impropia de una fuerza política cuya máxima conductora pretende liderar una opción victoriosa a escala nacional. Y no por las controversias que puedan generar sus protagonistas sino por una performance en las urnas que está lejos de aspirar a los dos dígitos, no digamos ya pelear por el premio mayor.

Por el contrario, el flamante candidato a presidente de la unidad peronista se movió con la audacia y voracidad que exige el caso, propiciando por los medios más diversos la unción de Marcelo Lewandowski como postulante a la gobernación. No porque el senador rosarino sea de su espacio sino porque es, a priori, el más competitivo. Lo que hizo Cristina en 2019 con Omar Perotti, sin ir más lejos.

La presencia de Rossi en el binomio de unidad puede llevar a confusiones. En los años felices del kirchnerismo, el Chivo fue un protagonista de primera línea con sus épicos cierres de madrugada en la Cámara de Diputados de la Nación. Pero el dirigente santafesino hace rato que ya no juega en ese equipo, más allá de que su perfil siga siendo similar al de aquel entonces e incluso que, tal vez, haya sido ese uno de los aspectos ponderados para su candidatura a vicepresidente. Pero no hay dudas, dicho por él mismo, que su ubicación en el 1-2 peronista es decisión de Alberto Fernández, la kryptonita cristinista.

Existe un elemento en toda esta historia que debe ser incorporado al análisis, aún a riesgo de la pifia por ausencia de pruebas tangibles. Y es la certeza que tiene Cristina Fernández de Kirchner de que si la tocan no se arma ningún quilombo. La condenaron en una causa judicial en la que el estado de derecho es un mal chiste, dicho esto -con otras palabras- por improbables kirchneristas como Daniel Erbetta y Griselda Tessio. La intentaron matar, literalmente. Y no pasó nada.

Otra vez, en ese sentido, Santa Fe ofrece algunos síntomas. Mientras se difundían las imágenes del magnicidio fallido en todos los canales de televisión, la diputada provincial Amalia Granata dijo que todo era un circo del kirchnerismo. Lo repitió durante varios días. Nunca se desdijo. No tuvo siquiera que pedir disculpas. Es el caso más brutal, pero en modo alguno el único. No pasó nada.

Esa frustración de CFK, ahora se confirma, tiene ida y vuelta. La profunda decepción de la militancia cristinista es imposible de negar. Y es, de hecho, una tontería hacerlo. Con 2023 ya serán tres elecciones en las que no hay nada parecido al kirchnerismo al frente de la propuesta presidencial. Serán 12 años, en el mejor de los casos, sin saborear aquel gusto a gloria del período añorado, ese al que los más chicos sólo conocen por comentarios de padres y hermanos mayores. El vínculo entre la líder y su base está profundamente herido.

El crepúsculo es ese momento en el que se tocan el día y la noche. Si a este anochecer del firmamento kirchnerista le sigue un amanecer, seguramente será sin la cara de Cristina dibujada en el horizonte. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable, escribió Rodolfo Walsh en circunstancias ciertamente más dramáticas. La luz del nuevo día revelará qué es lo que quedó de esta experiencia inolvidable.